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domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuando no esté

 Fotografía de Alícia Rius


 Cuando no esté


En la distancia mi vida no se verá como antes, todo será concentrado y luminoso, como si el ente proyectara ráfagas de alguna abrumadora electricidad,  ese será seguro el mejor de mis afectos cuando no esté, cuando todo en mí haya pasado, pero no en los demás, no en aquellos en los que creo y sobre todas las cosas, no en aquellos a los que amo desesperadamente; para todos ellos las cosas seguirán igual, solo habrán cambiado de perspectiva como si la habitación hubiese rotado su eje noventa grados, sigue siendo la misma sala pero se ve diferente, ni más grande ni  más pequeña, ni siquiera más acogedora o incomoda. No, solo faltará un ápice de luz, la luz que mi cuerpo durante tantos años ha reflejado en los demás, que los ha calentado y abrazado con fuerza. Una luz quizás no fácil de sustituir pero que en cierta manera todos podrán olvidar con el tiempo. No quiero menospreciarme, solo ser realista con mis dictados, explicar con sinceridad que no he sido la más brillante de las estrellas, aunque si la que más ha querido a las demás, no he sido la más hermosa de las lunas, pero si la que más apoyo ha declinado a sus compañeras de reparto. Y asumiendo mi ausencia por toda la eternidad, deseo que los que me sobrevivan estén bien, es todo lo que mi alma torturada necesita saber.
No malinterpretéis mis palabras, no tendré el alma torturada por mi trayecto en el mundo, sino por lo que ante mis ojos se vislumbra, la ausencia de contemplar las caras con las que me he sentido en casa todos los años pasados es lo que me quita un poco de felicidad, esa felicidad que me habéis dado todos y cada uno de vosotros al permanecer a mi lado en momentos duros o felices, esa compañía no me la arrebatará nadie, la llevaré conmigo por siempre, y me hará sonreír más y más aunque el tiempo pase.
Y volviendo al principio de mis cavilaciones, dejaos llevar por esa pequeña muestra de afecto que os dejo guardada, mi testamento después de la muerte, mi pequeño tesoro de vida, la energía que desprendí ahora os la cedo y hago vuestra, cuidadla para que mi alma no quede a la intemperie, para que los recuerdos sean dulces y no puedan las malas sombras caer ante vosotros. Un “adiós” es demasiado duro para vosotros, un “hasta luego” lo es para mí, dejémoslo en un “os quiero por siempre”. Como despedida a mi locura sonreiré desde el otro lado para aumentar la electricidad que regalo.


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Recuperando viejos escritos, éste del 5 de abril del 2010.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Pasar vergüenza



Pasar vergüenza


Un niño de seis años llega a un establecimiento publico acompañado de su padre y su madre, el niño mientras espera que atiendan a sus progenitores empieza a cantar canciones del colegio y chistes quizás no tan de colegio; de repente se le ocurre una idea para hacer gracia y que el tendero se ria un poco, empieza a hacerse fuertes pedorretas en el brazo mientras dice: así suenan los pedos de mi papá, hace otra pedorreta esta vez un poco menos fuerte y dice: así suenan los pedos de mi mamá, hace otro de esos ruidos “chistosos” en su brazo y grita: así es como suenan los pedos de mi hermano, y por último hace una sonora pedorreta más y dice: y así es como suenan mis pedos. El niño se empieza a reír mientras la gente le mira con ojos risueños y sonrisas a media asta, pensando que a esa edad las ocurrencias de los pequeños son siempre graciosas. El niño al ver que ha surtido efecto su broma, empieza a repetir la actuación y sigue haciéndose pedorretas en el brazo, hasta que su madre se gira a mirarlo y dice: no, cariño, cuando tú te ríes por lo bajini y todos tenemos que salir corriendo de la habitación, es cuando sabemos que te tiraste un pedo, porque no serán sonoros, pero hay que ver como huelen. Al parecer la vergüenza esta vez, no la han terminado pasando los padres de la criatura.