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jueves, 7 de abril de 2011

Ven conmigo amor de papiro



Para los que os gusta leer con música de fondo os recomiendo los videos de esta entrada, no solo por la envolvente música que emanan, sino porque tienen sus letras (por casualidad, ya que no me inspire en ellos) mucho parecido con mi texto
Que disfrutéis




Ven conmigo amor de papiro




Está lejos pero se qué sueña conmigo.
Una distancia impenetrable
y en el susurro de la noche se qué está pidiendo auxilio.
Mi carne desgajada no quiere pensarlo demasiado.
Mis días desinflados son solo monótonos trazos
de lo que a mi corazón le habría gustado.
Paso decaído por la acera de mi desvarío,
consumo aturdido quimeras desnatadas,
perversas y arañadas por las manos de alguien
que sé me pertenece y aún así no está conmigo.
Despropósitos enardecidos dentro de mi ataúd de pino,
cobarde futuro predigo, si tú al final no estarás junto a mi,
fronteriza e inherente, completa y subyacente,
ofrecida y vencida a mi hundida y cortada mente,
enamorada de mis vuelos, de mis más oscuros deseos,
esos enlazados a mi pierna que,
claman y berrean que tú, solo tú, eres su dueña.
Noche punzante que angustiado me envenenas,
pensando en los dedos de las manos que te saborean,
que cubren los pliegues de tú pena,
que te despojan de salud y ropas,
y te hacen fiera amarga cruel devota.
Rompe cadenas de trapo mojado,
de huesos tullidos y ensangrentados,
ven a mi lado cuando todo haya pasado,
y haremos juntos que se olviden las tiñas de tú piel de mezclilla.
Ven conmigo fina luz apagada,
prometo quererte y blandir mi espada,
contra toda corriente y maltrecha calma.
Ven amor de tenues alientos,
para darme tu vida y quedarte con mi cuerpo,
con todo mi yo eterno.




Y también os dejo una genial curiosidad. Una versión a capella por unos universitarios de la canción de Thom Yorke, escuchad las dos y veréis que ambas son fabulosas, besos para todos













* A pesar de que los problemas con mi pc casero siguen persistiendo, aqui os dejo esta entrada, espero os haya gustado (Desde la oficina) Besos para todos.

miércoles, 6 de abril de 2011

Otra vez los problemas






Ya empezamos con los líos, ni me descargo películas, ni me meto en paginas indecentes, ni le vierto coca cola en las entrañas (y esto si que me lo estoy ya planteando) ni le trato mal al piiiiiiiiiiiiiiiiiii…….. Cabrón este (ups, el pi era para la palabrota ¿no?) bueno total, que no se porque esta mierda de ordenador que tengo (véase la foto) no quiere cooperar conmigo, hacerme la vida un poco más digerible vaya. Nooooooo él ha tenido que dejarme bloqueada más de treinta veces hoy y a ver si esta entrada no me la sabotea también.

Bueno, que para todos los que me echen de menos por sus casitas y demás, por favor paciencia que tardaré poco en esconder el cadáver.

Aprovecho para (y esto no es publicidad) mandaros un beso a cada uno, firmado y autografiado, espero que os guste, podéis escoger sabor, los tengo de fresa, melocotón uva y pimiento (este ultimo tiene mucha demanda no creáis)

Hasta la próxima que espero sea pronto, que mis nervios no están en sus mejores momentos, han optado por hacer huelga y ahora solo tengo desconexiones motoras y relés que no funcionan.

Amenaza: volveré



lunes, 4 de abril de 2011

Amy Hempel (Recomendación literaria)


Amy Hempel (Recomendación literaria)


Cuando la palabra escrita pasa a ser algo más


Amy Hempel : La cosecha
(Amy Hempel
traducción de Maori Pérez)


El año en que comencé a decir cigarrillo en vez de cigarro, un hombre que apenas conocía casi me mata por accidente.
El hombre no estaba herido cuando el otro auto impactó con el nuestro. El hombre que había conocido por una semana me llevó en brazos por la calle de una manera que implicaba que no podía ver mis piernas. Recuerdo haber sabido que no debía ver, y sabiendo que me habría encantado ver si no fuera porque no podía.
Mi sangre estaba sobre la ropa de este hombre.
Dijo, “estarás bien, pero este suéter está arruinado”.
Grité por miedo al dolor. Pero yo no sentía dolor alguno. En el hospital, después de inyecciones, sabía que había dolor en el cuarto – sólo que no sabía de quién era.
Lo que le pasó a una de mis piernas requirió cuatrocientos puntos, los cuales, cuando me tocó contar la historia, se volvieron quinientos puntos, porque nada es tan malo como podría ser.
Los cinco días en que no sabían si podrían salvar mi pierna o no aumenté dos tallas.
El abogado fue el que usó la palabra. Pero no llegaré a eso hasta un par de párrafos más.
Estábamos teniendo esa conversación sobre las apariencias – cuán importantes son. Cruciales es lo que yo dije. Pienso que las apariencias son cruciales.
Pero este tipo era un abogado. Se sentó en una silla de vinilo acuoso cerca de mi cama. A lo que se refería con apariencias fue cuánto de mi pérdida de ellas valía en una corte.
Pude discernir que al abogado le gustaba decir corte. Me dijo que había tomado tres veces la prueba final antes de graduarse. Dijo que sus amigos le habían dado tarjetas de negocio con un bonito relieve, pero estas adorables tarjetas se suponía que dirían Abogado-afiliado, cuando en realidad decían Abogado-al-fin.
El ya había cubierto la pérdida de nuestros capitales.
“Hay otra cosa” dijo. “Tenemos que hablar de matrimonialidad”.
La tendencia era decir ¿matrimo-qué?, aunque ya sabía qué significaba al primer momento de escucharlo.
Yo tenía dieciocho años. Dije, “primero, ¿por qué no hablamos de citalidad?”
El hombre de una semana ya se había ido, el accidente lo llevó de vuelta a su esposa.
“¿Piensas que las apariencias son importantes?”, le pregunté al hombre antes de que se fuera.
“No al principio” dijo.
En mi barrio hay un tipo que era un maestro de química hasta que una explosión se llevó su cara y dejó lo que había detrás. El resto de él se viste impecablemente de trajes negros y zapatos lustrados. Lleva un maletín al campus universitario. Qué acogedora – su familia, dijo la gente – hasta que la esposa se llevó a los niños y se mudó de la casa.
En el solarium, una mujer me enseñó una foto. Dijo, “así es como mi hijo solía verse”.
Pasé mis tardes en Diálisis. Les daba igual cuando una silla reclinable estaba libre. Tenían televisores pantalla ancha de color, mejores que los que hay en Rehabilitación. Los miércoles por la noche veíamos un show donde mujeres en ropas caras aparecían en espléndidos sets y prometían arruinarse las unas a las otras.
A uno de mis lados había un hombre que sólo hablaba en números telefónicos. Le preguntarías como se siente y el diría “924-3130”. O diría “757-1366”. Tratamos de adivinar que era lo que significaban estos números, pero nadie lo daría por seguro. Hubo a veces, al otro lado, un niño de 12 años. Sus pestañas estaban gruesas y oscurecidas por medicación de presión arterial. Él era el siguiente en la lista de trasplantes, tan pronto como – la palabra que usaban era cosecha – tan pronto como el riñón fuera cosechado.
La madre del niño rezaba por conductores ebrios.
Yo rezaba por hombres que no fueran discriminadores.
¿No somos todos, pensaba, la cosecha de alguien?
La hora terminaría, y una enfermera de piso me llevaría en ruedas hasta mi cuarto. Ella diría, “¿por qué ver esa basura? ¿Por qué no mejor me preguntan cómo estuvo mi día?”.
Pasé quince minutos antes de irme a la cama apretando horquillas de goma. Uno de los medicamentos estaba haciendo que mis dedos se endureciesen. El doctor dijo que me lo daría hasta que no pudiera abotonarme la blusa – un modo de expresarse con alguien en un vestido largo de algodón.
El abogado dijo, “trabajo de caridad”.
Se abrió la camisa y me mostró donde una acupunturista le había aplicado jarabe de cola, enterrado cuatro agujas y dicho que la verdadera cura era el trabajo de caridad.
Dije, “¿Cura para qué?”.
El abogado dijo, “Inmaterial”.
Tan pronto como supe que estaría bien, me sentí segura de que estaba muerta y no lo sabía. Me movía a través del tiempo como una cabeza cortada que termina una oración. Esperaba el momento que me despertara de mi vida aparente. El accidente ocurrió al atardecer, así que en ese momento era cuando más me sentía así. El hombre que conocí la semana pasada me llevaba a cenar cuando sucedió. El lugar fue en la playa, una playa en una bahía en la que puedes mirar las luces de la ciudad, un lugar donde puedes observarlo todo sin tener que ponerle atención.
Un buen tiempo después fui finalmente a esa playa. Yo conduje el auto. Era el primer buen día de playa; vestí pantalones cortos.
Al borde de la arena me desaté las vendas elásticas y vadeé hacia la espuma. Un chico en un traje mojado miró mi pierna. Me preguntó si un tiburón lo había hecho; había vistazos de grandes blancos por esa parte de la costa.
Le dije que sí, que un tiburón lo había hecho.
“¿Y vas a volver a entrar?” preguntó el chico.
Yo dije “Y voy a volver a entrar”.
Dejo mucho afuera cuando digo la verdad. Lo mismo pasa cuando escribo una historia. Voy a empezar ahora a contarte qué es lo que he dejado fuera de “La Cosecha” y quizás empiece a preguntarme porque tuve que dejarlo fuera.
No hubo otro auto. Sólo hubo un auto, el que me impactó estando en la parte de atrás de la motocicleta del hombre. Pero piensa en las incómodas sílabas cuando dices motocicleta.
El conductor del auto era un periodista. Trabajaba para un periódico local. Era joven, un graduado reciente, e iba en camino a una reunión para cubrir una protesta. Cuando digo que en ese entonces yo era una estudiante de periodismo, es algo que podrías no haber aceptado en “La Cosecha”.
En los años que siguieron, esperé por el nombre del reportero. Él rompió con la historia del templo en People que resultó en el viaje de Jim Jones a Guyana. Luego, cubrió a Jonestown. En el cuarto ciudadano del San Francisco Chronicle, mientras el número de víctimas mortales ascendía a novecientos, los números fueron posteados como donaciones en una noche de promesas. En algún lugar de los cientos, un letrero fue pegado a la puerta que decía JUAN CORONA, CHÚPATE ESA.
En la sala de emergencias, lo que le ocurrió a mi pierna no requirió cuatrocientos puntos sino un poco más de trescientos. Exageré incluso antes de empezar a exagerar, porque es cierto – nada es nunca tan malo como podría serlo.
Mi abogado no era ningún afiliado. Era uno de los socios en una de las firmas más viejas de la ciudad. Él nunca se habría abierto la camisa para revelar el sitio de la acupuntura, que es algo que él nunca habría tenido.
Matrimonialidad era el título original de “La Cosecha”.
El daño hecho a mi pierna fue considerado cosmético aunque aún, después de quince años, me cuesta arrodillarme. En un arreglo fuera de corte antes del juicio, me dieron cien mil dólares. El seguro del auto del reportero subió doce dólares por mes.
Se había sugerido que me frotara la pierna con hielo, para resaltar las cicatrices, antes de que me subiera la falda tres años después para la corte. Pero no había hielo en los cuartos del juzgado, así que no tuve oportunidad de pasar o fallar esa prueba de ética.
El hombre de una semana, a quien pertenecía la motocicleta, no era un hombre casado. Pero cuando pensaste que tenía una esposa, ¿no era yo responsable de lo que sucedía? ¿Y no se me venía encima?
Después del accidente, el hombre se casó. La chica con la que se casó era una modelo de pasarela. (“¿Piensas que las apariencias son importantes? Le pregunté al hombre antes de que se fuera. “No en un principio”, dijo).
Aparte de ser una belleza, la chica valía millones de dólares. ¿Habrías aceptado esto en “La Cosecha” – que la modelo fuera también una heredera?
Es cierto que íbamos camino a comer cuando ocurrió. Pero el lugar donde podías observarlo todo sin tener que prestarle atención no era una playa en una bahía; fue en la cima del Monte Tamalpais. Teníamos la cena con nosotros al aproximarnos por el ondulante camino montañoso. Esta es la versión que tiene cabida para una ironía perfecta, así que no te incomodes cuando diga que por los próximos meses, desde mi cama de hospital, tuve una espectacular vista de la mismísima montaña.
Habría escrito la siguiente parte en el cuento si alguien la hubiera creído. ¿Pero quién lo habría hecho? Yo estuve ahí y no lo creí.
En el día de mi tercera operación, hubo un intento de escape en el Centro de Ajustamiento de Seguridad Máxima, adyacente a la Sentencia Perpetua, en la prisión de San Quentin. “Hermano Soledad” George Jackson, un hombre negro de veintinueve años, sacó una pistola calibre .38, gritó “¡Hasta aquí!” y abrió fuego. Jackson fue asesinado; también lo fueron tres guardias y dos “otorgadores de escalón social”, presos que les llevan a otros prisioneros sus comidas.
Otros tres guardias fueron apuñalados en el cuello. La prisión está a un paseo de cinco minutos en auto del hospital Marin General, así que ahí es donde los guardias heridos fueron llevados. La gente que los llevó eran tres tipos de policías, incluyendo Patrulleros de Carretera de California y Sheriffs del Condado de Marin, altamente armados.
Habían policías en el techo del hospital con rifles; estaban en los pasillos, invitando a pacientes y visitantes a volver a sus cuartos.
Cuando fui llevada en silla de ruedas hacia fuera de Recuperación más tarde ese día, vendada de la cintura a los tobillos, tres oficiales y un sheriff armado me registraron.
En las noticias esa noche, hubo un seguimiento del disturbio. Mostraron a mi cirujano hablándole a reporteros, indicando, con un dedo en la garganta, cómo había salvado a un guardia cosiendo de oreja a oreja.
Esto lo vi en televisión, y porque era mi doctor, y porque los pacientes de hospitales son ensimismados, y porque estaba dopada, pensaba que el cirujano estaba hablando de mí. Pensé que estaba diciendo, “Bueno, está muerta. Se lo estoy anunciando a ella en su cama”.
El psiquiatra que vi por derivación del cirujano dijo que el sentimiento era bastante común. Ella dijo que las víctimas de traumas que aún no han asimilado el trauma creen que están muertas y que no lo saben.
Los grandes tiburones blancos en las aguas cerca de mi casa atacan de una a siete personas al año. Su principal víctima es el buzo de abalón. Con los bistecs de abalón en treinta y cinco dólares el kilo y subiendo, el Departamento de Pesca y Juego espera que los tiburones no muestren ni un rastro de disminución.


***


Curiosidades:(Todo comienza por un texto de Amy Hempel llamado “La Cosecha”, un relato increíble, impactante de verdad. Más adelante me entero que Chuck Palahniuk es un gran amigo de la autora y que escribió un texto llamado “Persiguiendo a Amy” que va dedicado a Amy Hempel donde cuenta su impresión del cuento “La Cosecha” que fue el primer cuento que Tom Spanbauer le mandó leer como ejemplo de lo que él llamó “escritura peligrosa”. Curioseando he encontrado dos libros de Spanbauer que pueden estar muy bien “El Hombre Que Se Enamoró De La Luna” y “Ahora Es El Momento”.)


Mini-biografia:
(Amy Hempel: Tras vivir en Denver, marchó a San Francisco, y estudió Periodismo en la California State University en San José. Marchó a Nueva York, y asistió al taller de escritura del editor Gordon Lish, comenzando a publicar desde entonces. Ha publicado relatos en periódicos y revistas tales como The New York Times Magazine, Esquire y Vogue. Ha sido profesora en The New School for Social Research en la Universidad de Nueva York, en el Bennington College y de Escritura Creativa en la Universidad de Harvard.
Es autora de relatos cortos con escritura minimalista.)


Mi impresión:
“Manera magistral de embaucar al lector, donde la sinopsis de los personajes y situaciones te dejan un extraño regusto y sensación. Hace escasamente poco que conozco a esta erudita de las letras y creo que durante mucho tiempo la he echado de menos sin saber que existía. Es una sensación rara, lo se, pero al leerla es lo único en lo que pienso. “Amy, como te he extrañado”

viernes, 1 de abril de 2011

Entrevista a Irene Comendador en "El club de las escritoras"




Aquí os traigo una curiosidad, en el blog El club de las escritoras, su administradora Dulce Cautiva, ha tenido el detalle de hacer una entrevista conjunta a todos sus miembros, que por cierto he de decir con orgullo que soy una de las que entran en esa categoría.
Así que AQUI os dejo el enlace de su blog y de la entrevista por si queréis saber, no solo de mi unas cosillas, si no de otras muchas maravillosas escritoras.
Un beso para todos
Irene Comendador