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lunes, 28 de febrero de 2011

Concurso "El bien y el mal" Medianoche (Por Gabriela)

Continuamos con el ultimo concursante y recordar que las opiniones y comentarios a cerca de los relatos participantes sean constructivos, de buen gusto y con respeto.

En la cabecera del blog encontraréis el resto de relatos ya publicados, por si os habéis perdido alguno.

Ahora a leer y disfrutar

Muchos besos




Medianoche (Gabriela)




Una hermosa pelinegra de ojos grisáceos y piel blanca esperaba impaciente las órdenes de su madre. Su nombre era Leoniba, hija de los reyes de Altaris, una dimensión alterna. Aunque todos los habitantes de Altaris nacían apadrinados con un poder, ella, hija de magos poderosos, había nacido sin una gota de magia en su sangre. Por esa razón fue confinada a realizar tareas vulgares, cuidar y resguardar el secreto de la familia.

Desde que era muy pequeña contemplaba en secreto las runas que, su madre, llevaba tatuadas mágicamente en su piel. Siempre había deseado poseerlas pero un maldito gen en su sangre se lo había impedido.

Leoniba alejó los pensamientos negativos de su mente y se giró con elegancia para observar su rostro en el espejo, no podía negarlo era hermosa, pero algo faltaba. Suspiro con cansancio mientras cambiaba las canciones de su mp4. Tenía tres años en ese lugar llamado la tierra y aun no recibía noticias de su madre. Ese, de seguro, era un lugar aburrido y sin mucho movimiento, había un par de guerras por allí y otras por allá nada de qué preocuparse.

Su madre la reina Lioba había adquirido el poder suficiente para enviarla a ese lugar de donde nunca podría salir. ¿La razón? No querían un bicho raro en su familia exclusiva y la más importante de todas, ella sabía el secreto. Sí, la realeza definitivamente lo era ya que eran los únicos con la capacidad y poder de controlar más de dos runas en su cuerpo, y ella era un cuerpo vulgar sin poderes. Sin embargo, había vivido tantos años el Altaris sin problema alguno, hasta que se entero de ese maldito secreto que se vio obligada a resguardar.

Pero desde su llegada a la tierra, Leoniba se ha dedicado a ser una persona fría y calculadora. Mantenía un bajo perfil y un aura negativa que la alejaba de las personas, no quería nadie a su lado. Podía recordar los tiempos de felicidad en su vida, tenía amigos, tenía familia y sobre todo ingenuidad…

De pronto, la alarma de su reloj comenzó a sonar sacándola súbitamente de sus recuerdos, eran las doce de la noche. Suspiró nuevamente, solo a esas horas se atrevería a salir para no ser vista. Ya que, como era de esperarse, las calles siempre estaban vacías a excepción de uno que otro vagabundo sin importancia.

Y allí estaba ella, fiel a sus costumbres, fiel a sus ideales, pero encerrada en un mundo sin magia. En un mundo muerto, tan muerto como ella en esos momentos.

-Otro día más, madre, me has fallado… -susurró con sorna, lo último que supo de su madre fue gracias a un pequeño cruce de palabras “Te veré en un par de días para darte indicaciones” y ella fue una tonta por creerle.

Camino y camino hasta llegar al parque central, recordar parecía ser lo único que calmaba su ansiedad, pero también la mataba poco a poco. Cubrió su rostro con sus manos, no sin antes suspirar cansinamente y maldecir por lo bajo su suerte. Pero, un grito atrajo su atención.

Al principio, Leoniba mantenía grabado en su rostro desinterés. Sin embargo, el alarido que siguió después del grito helo su sangre. Sin pensar en las consecuencias, la pelinegra corrió a una sola dirección. Pero no estaba preparada para presenciar un acto tan horrible.

Era un chico humano en manos de un Altariano, lo sabía por sus tatuajes. Trataba de grabar en su cuerpo un hechizo oscuro, un hechizo de alto rango. Rápidamente comenzó a buscar algo que pudiese ayudarla, necesitaba detener lo que sea que ese mago intentara con el humano.

Leoniba se vio presa de la angustia, no había absolutamente nada en ese callejón. Se vio perdida en el momento que se lanzó sobre el mago para ayudarle, para ayudar a un extraño.


Leoniba
Lo había hecho, había sucumbido a mis impulsos y ahora estaba pagando las consecuencias, había sido marcada. Aunque no sabía quién era, podía reconocer a kilómetros el emblema real. Gimió molesta y adolorida, que estúpida había sido, los guardianes reales poseían casi el mismo nivel de magia que sus padres y ahora su marca solo significaba una cosa, la muerte.

Aunque habían pasado dos horas de aquel extraño suceso, podía sentir a carne viva la palpitante y sangrante marca. Sabía que aparte de la muerte poseía otro significado, entrega y sacrificio. Al interferir en cualquier proceso de magia oscura, el castigo consistía en dos vías. La primera y la más factible era la muerte inmediata. La segunda era la marca, el castigo más doloroso que solo aplicaban los grandes magos.

-¿Quién eres? –escuchó la voz ronca de su acompañante.

Se limitó a ignorarlo, aun no sabía porque había salvado a ese chico. No estaba segura que la había angustiado más, si la magia o su miedo a la muerte próxima.

-Por favor… si me vas a matar…

-No te mataré, no soy una asesina si eso es lo que te preocupa–gruñó indignada sin mirarlo a los ojos.

Por unos segundos la pelinegra pensó que el joven se había conformado con su respuesta y se sintió tranquila por eso, pero que equivocada estaba.

-Sé que no eres mi atacante… gracias –susurró exhalando un suspiro.

-¿De nada? Rayos, no sé qué decir en estos momentos… no todos los días salvo a un humano de un convertido… -cuando se dio cuenta lo que estaba haciendo se detuvo, le estaba contando al humano toda la verdad.

-Tranquila, yo sé quién es él… él me lo dijo –por primera vez en toda la noche se giró sorprendida. Un Altariano se había atrevido a revelar su secreto. –Sé que no son de este mundo, sé que él es un mago muy poderoso y que tu también- un dolor agudo atravesó su pecho logrando que esa mascara de frialdad callera por completo.

-No soy una hechicera… nací sin poderes –susurró Leoniba abatida.

-Oh… pero… -el joven no sabía que decir por lo que decidió cambiar el tema-. Me llamo David ¿y tú?

-Leoniba… -respondió después de varios segundos.

-Podrías explicarme… ¿Qué significan estos símbolos? –podía ver la duda en sus ojos. Sin embargo, no le debía nada. –Por favor...

-Son runas de sacrificio, algo en tu sangre lo iba a beneficiar ya sea en aire o fuego… -respondió señalando ambas marcas. –Pero, ahora no será así…

-¿Qué quieres decir? –preguntó David con un leve temblor en su voz.

-Al interponerme en su camino fui marcada, seré su sacrificio… -Leoniba se tensó, sintió como su respiración se agitaba de pronto y su cuerpo comenzaba a doler.

Ella lo sabía, el sacrificio estaba comenzando. Sintió un cosquilleo fuerte por todo su cuerpo, estaba siendo absorbida a su mundo, la estaban llamando. Cuando la presión en su cuerpo cedió abrió los ojos para luego encontrarse rodeada de la corte, iba a ser sacrificada ante su gente.

-Leoniba, hija, nos has decepcionado –escuchó la voz de su madre más no quiso mirarla a los ojos. La ira era dueña de su cuerpo en esos momentos y no quería cometer una locura. –Ahora tú y el humano que te acompaña morirán.

El corazón de Leoniba se estremeció, ¿todo para nada? Arriesgo su vida e interrumpió un ritual sagrado para que él no muriera y aun así lo matarían.

-… él será el primero en morir –levantó su rostro bruscamente al escuchar las palabras del convertido, todo eso era su culpa y ahora no podía entrometerse.

Se vio presa de la desesperación nuevamente, su respiración estaba agitada y su mente trataba de buscar algo para retrasar ese momento. ¿Cómo podía estar arriesgándose tanto por un simple humano? No lo sabía y tampoco le interesaba.

De pronto su espalda comenzó a arder. Ardía tanto que deseaba la muerte en esos instantes, pero su prioridad ahora era él, su dolor podía esperar. Volvió a fijar sus ojos en el mago con frialdad.

-Detente… -dijo Leoniba fuerte y claro. Entonces todo el lugar quedo sumido en el silencio, la sorpresa y la incredulidad estaban impresas en los rostros de todos los miembros de la corte.

En cambio, el rostro de Leoniba era sereno aunque eso fuera solamente una máscara ante el dolor que estaba sintiendo en todo su cuerpo. Un jadeo escapo de sus labios cuando fue doblegada por el dolor que fue mitigando con el pasar de los minutos. El aire estaba regresando a sus pulmones y su cuerpo había dejado el dolor a un lado para dar paso a un estado de éxtasis total, un placer jamás sentido en su vida.

-¿Cómo es eso posible? –escuchó a alguien gritar.

-Mi reina, ¿sabe lo que estuvimos a punto de hacer? –reclamó otra persona. A Leoniba le hubiese gustado entender de qué rayos estaban hablando, pero en ese momento solo le importaba salvar al chico y largarse de allí.

Se acercó rápidamente a David que la observaba con los ojos desorbitados, luego le preguntaría porqué. Se giró hasta su madre, fulminándola con la mirada.

-Te exijo que me regreses a la tierra, madre –por un momento se sorprendió al escuchar su propia voz, era diferente.

-Hija… no puedes irte –sentenció aun con sorpresa.

-Quieras o no, Lioba, me dejaras ir… porque tu no me quieres en Altaris, me dejaste en la tierra a mi suerte por ser un bicho raro y ahora no deseo estar más en este lugar.

Los gritos de asombro y molestia no se hicieron esperar, sabía que su madre no había contado la verdad de su desaparición y esto le produjo un bienestar único en su mente.

-Princesa… piénselo…

-He dicho que me quiero ir, abre el portal y dejame ir –el convertido se encogió preso del miedo, algo que Leoniba no comprendió en ese momento. Cuando le abrieron el portal, entró sin mirar atrás y lo último que escucho fue “Hemos perdido a nuestra Arcana” de la boca del convertido.

La oscuridad estaba presente en esa noche sin luna, Leoniba tenía ya media hora despierta observando el cuerpo relajado de David al dormir. Sonrió por primera vez en años, se sentía feliz al defenderlo. David abrió los ojos minutos más tarde, escuchó su nombre salir de sus labios con desesperación, esto la hizo sonreír aun más.

-Aquí estoy, no te preocupes estas a salvo –susurró con una sonrisa en su rostro.

-Leoniba… -el escuchar su nombre de los labios de David la estremeció. ¿Qué había cambiado? Lo vio acercarse y quedar a milímetros de sus labios. –Gracias…

Su aliento chocó con el suyo y le nubló los sentidos. ¿Qué le estaba haciendo este chico?: -¿Por qué me das las gracias? –susurró Leoniba con voz entrecortada a causa de la emoción.

-Me has salvado dos veces –los labios de David rosaban con los de ella. Leoniba nunca había experimentado esa clase de emoción, excitación y placer junta. –Te dije que eras una gran hechicera…

-No lo… -Diego colocó un dedo en sus labios para callarla e hizo algo que la dejo sorprendida. La giró lentamente hacia la pared donde estaba un espejo, el mismo con el que contemplaba su rostro horas más tarde.

-Dime, ¿Qué ves entonces? –la pelinegra se perturbo, no solo tenía la marca del sacrificio en su pecho, ahora tenía tatuadas cinco runas que solo significaban una cosa, su ascenso a las filas arcanas. Conocedora de magia antigua, hechicera por excelencia y poseedora de secretos. Una sonrisa apareció en sus labios mientras se giraba para encarar a David. –Si no eres una gran hechicera entonces no se que eres… -susurró cerca de sus labios, rosándolos nuevamente, provocando millones de sensaciones en Leoniba que esperaba ansiosa el contacto de sus labios.

-Soy Leoniba… solo eso –dijo ella antes de cortar distancia. Ahora todo había cambiado, ser una arcana y no sufrir las consecuencias era imposible, pero eso no le preocupaba en lo más mínimo. En estos momentos solo deseaba descubrir ese nuevo sentimiento que ambos estaban compartiendo, ese nuevo sentimiento que solo podía tener un nombre, amor. Porque él estaba destinado para ella y ella estaba destinada para él.

Concurso "El bien y el mal" Heylel (Por Michel Martinez Deb)

Ultimo dia de publicaciones, ha sido un placer contar con todos vosotros durante estos 16 magnificos días, gracias chic@s
Dejaremos un dia para poder leer estos dos ultimos relatos de hoy y mañana pondre la entrada de votaciones


Y ahora, continuamos con el siguiente concursante y recordar que las opiniones y comentarios a cerca de los relatos participantes sean constructivos, de buen gusto y con respeto.

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Ahora a leer y disfrutar

Muchos besos






Heylel (Michel Martinez Deb)




“Un mes de vida”, eso dijo mi médico, “un mes”. ¿Ahora qué hago?, tengo 36 años, un excelente trabajo, mucho dinero, mujeres, un bonito departamento, y un auto deportivo. Pero el vacío en mi alma es inconmensurable.
No siento nada, solo que no quiero morir, mis deseos de existir superan cualquier cosa, daría todo por seguir viviendo. Pero el miedo es grande, demasiado enorme, no quiero sentir los horribles dolores, la agonía, la pena, mi último aliento; ¿Cómo será?, ¿veré a Dios?, no lo sé.
Llevo dos semanas sin salir de casa, las cortinas cerradas, descolgué el teléfono, apagué mi celular, no tengo familia y mis amigos…bueno no tengo amigos. Duermo muchas horas seguidas, no me baño hace días y ya huelo a porqueriza. Por casualidad hace algunos meses compré una pistola de colección, una Luger Alemana de 1937, un arma con una historia oscura y triste.
Hoy sé que no fue casualidad, llegó a mis manos para cumplir su cometido; la usaré para acabar con mi vida. Llevo horas con ella en la mano, intento encontrar el valor perdido hace mucho, todo a mí alrededor está en penumbras.
Estoy solo, pero siento que muchos ojos me observan, alguien más está aquí. Tal vez es la locura próxima a la muerte, la adrenalina volando en mi cerebro. No siento mis manos ni mis piernas; (no estoy solo), lo siento, él está ahí, al otro lado, mirándome al final de la habitación.
Me mira fijamente, siento su mirada en la mía, ¿Cómo es posible?, mi departamento está virtualmente sellado, nada ni nadie puede entrar.
“Sé como te sientes”- me dice - “no es la mejor sensación del mundo” – su voz es profunda y cálida, como estar en la iglesia con un sacerdote, me da tranquilidad y confianza. Pero no dejo de pensar en cómo entro a mi casa. Da algunos pasos hacia mí, sus zapatos resuenan en el piso, distante a algunos metros, un rayo de luz se filtra por la cortina, iluminando parte de su rostro, es de tez blanca y rasgos finos pero a la vez duros.
“Tienes miedo y no quieres morir”- un escalofrió recorre mi espalda – “te conozco hace mucho, he seguido tu vida con mucho interés, tu personalidad y forma de ser me pueden ser muy útiles. Disculpa mis modales, no acostumbro a hablar con muchas personas, mi nombre es Heylel”.
Heylel, conozco ese nombre, no recuerdo donde, algo en lo más profundo de mí ser me inquieta.
Mi garganta está seca y mi corazón se me sale del pecho. Saco la voz y trato de hablar –“Que bonito nombre; extranjero obviamente, disculpa mi indiscreción, pero ¿Qué haces aquí?, no recuerdo haberte invitado y no sé quién eres. Te lo advierto, tengo un arma y no dudare en usarla, así que explícate o te largas” – siento su mirada y una pequeña sonrisa asoma en su rostro, dejando ver parte de sus dientes – “Tan directo y osado, me gusta, te servirá de mucho en lo que te vengo a proponer… Alex” – Sabe mi nombre¡!… ¿Quién es este tipo?, ya esto no es un juego o una pesadilla, realmente estoy asustado. ¿Pero de qué?, hasta hace unos momentos iba a suicidarme, si este tipo viene a matarme me hará un favor, pero el miedo recorre mi cuerpo, en el fondo no quiero morir.
“¿Qué me puedes proponer?, acaso no sabes que estoy prácticamente muerto” – saco fuerzas de flaqueza para no parecer aterrorizado – “supongo que no vienes a ofrecerme un seguro, sería muy mal cliente”.- Una risotada sale de su boca, al parecer mi sarcasmo le hizo gracia.
“No vengo a venderte nada, lo que ofrezco es algo que muy pocos han tenido el honor y la valentía de aceptar. Muy pocos en la historia han estado en tu lugar. Para muchos podría ser una maldición, para otros un regalo, depende del prisma por el cual se mire”.
Ahora estoy intrigado, ¿Está realmente pasando esto?, me siento en un mundo surrealista, como en un sueño. – “Puede que no me creas ahora, o que nunca lo hagas, dependes de lo que vulgarmente llaman fe, si es que la tienes” -.
Mis manos tiemblan y el arma cae al suelo dando un sonido fuerte y seco, él la mira caer pero no se mueve.
“Lo que te ofrezco Alex, es darte muchos años mas de vida y mucho más poder del que alguna vez soñaste” – “nunca te faltará nada y nadie te tocará, te doy 60 años de plenitud”.
Santo cielo¡¡ ¿Quién es él?, no sé porque pero le creo, lo que me dice es verdad, lo sé. Sus ojos me miran fijamente, quiere mi respuesta. Pero acosta de qué, ¿Qué quiere a cambio? – “muy tentadora tu oferta Heylel, supongo que ahora me pedirás mi número del banco y mi tarjeta de crédito, me darás una cura milagrosa mientras yo muero y tú te haces rico” – me mira y dice – “esto no es una broma, un chiste o como quieras llamarlo; decide ya!… mueres o ves a tus nietos crecer”.
Mi rabia ya es patente – “Y a cambio de que, ¿mi alma?, ¿mi cuerpo?, ¡que mierda quieres¡¡” – sus ojos brillan – “Eso es lo que quiero Alex, la decisión, la fuerza y la pasión, eso necesito, esas son las cualidades que me gustan de ti” – “sabes Alex, estoy cansado, he hecho mi trabajo por mucho tiempo, y eso es lo que deseo, TIEMPO”.
“Quiero que seas mi mano y mi palabra, que hagas cualquier cosa que te pida, matar a quien te ordene y llevar mis mensajes, prometo que nadie podrá tocarte”.-”Sabes que digo la verdad, puedes sentirlo, tu alma y corazón te lo dicen”.
Le creo, además es mi única chance. “Está bien, acepto lo que me dices, es la única oportunidad que me han dado y te creo Heylel, ¿Cuándo comienzo?” – Una sonrisa de satisfacción corre por su rostro… está hecho.
Ahora analizo todo en perspectiva, su nombre me era familiar y mucho. Heylel en hebreo antiguo significa “Portador de Luz”…“Lucifer”.

domingo, 27 de febrero de 2011

Concurso "El bien y el mal" Mala gente, buena gente (Por Laqua)

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Mala gente, buena gente (Laqua)




Yo sé que está ahí.

No lo veo, pero puedo sentirlo, oírlo respirar por sobre mi hombro.

Trato de que no me distraiga. Una venganza, para estar bien ejecutada, necesita concentración.

Mi objetivo pasa por el pasillo. Desde mi oficina, que tiene las paredes vidriadas, puedo verlo muy ufano con sus maldades conseguidas.

Me mira de reojo. Yo no aparto la mirada; si bien parece que estoy mirando al horizonte, él sabe que lo estoy mirando, y masticando rabia.

Es una lástima, pero soy de esas personas a las que lo que sienten se les nota en la cara. Estoy segura de que hace más o menos un mes, cuando le reclamé porque mi conexión a internet no andaba bien, mi estupor era perfectamente visible cuando me respondió que venimos a trabajar, no a perder el tiempo en la oficina. Que todo era por nuestro bien, para mejorar la productividad. Que como nosotros no podemos controlarnos, él directamente nos cortó la conexión para evitarnos la tentación.

Ahora que lo pienso, usó un argumento similar cuando nos prohibió pasar más de 5 minutos (de reloj y controlados) en las otras oficinas. Cuando acoté que para repartir la correspondencia puedo necesitar más, me respondió que el control era para que no me distraigan de realizar mi trabajo. Si mis compañeros eran gente legal, no iban a tratar de que me sancionen, ¿no? Los buenos compañeros de trabajo no conspiran entre ellos para que despidan al de al lado. Los buenos compañeros tampoco llevan y traen chismes por el pasillo, o se quejan de que en Tesorería ahora hay una planta; o de que en Personal tienen un perchero. Los buenos compañeros se esfuerzan al máximo para emular a sus congéneres y tratan de conseguir sus propias plantas, sus propios percheros. Tampoco preguntan o especulan de cómo los demás consiguen las cosas… hacen su trabajo y nada más. Aunque si el de Contable pierde tiempo mirando por la ventana, es de buenos compañeros también hacerlo notar, para que Contable deje de perder tiempo y nos ayude a mejorar la productividad de todos. Porque aunque nosotros no veamos nada de las mejoras, nuestros afanes se verán recompensados por la satisfacción personal de saber que estamos haciendo lo correcto. Claro, como es muy difícil agradecer uno por uno, él amablemente recibe las felicitaciones de todos por nosotros y en nuestro nombre. También los premios y regalos, para que no haya disputas por celos o conflictos de reparto.

Seguro que la cara también me traicionó cuando recibí el memo sobre el reloj digital, donde tenemos que registrarnos como si fuéramos presos cada vez que entramos y salimos del trabajo. Porque que se llame “prontuario” nuestro historial de entrada y salidas es casualidad, nada más. (Extraño el sentido del humor de los fabricantes del aparato en cuestión). Porque más de un dedo garantiza identidad; una huella sola es falsificable. ¿Es que nosotros no vemos las películas? Ah, y un lector de retinas es un poco caro… ¡pero si seguimos produciendo así, pronto dejará de ser un sueño! A nosotros en eficiencia nadie nos ganará si seguimos cumpliendo horario, donde la tolerancia de minutos no existe, porque como él bien explica: un minuto conduce a dos, dos a tres y si seguimos así, todos llegan a la hora que quieren y comprometen el trabajo del compañero. Y los buenos compañeros se apoyan, no se sabotean entre sí. Eso fue hace dos semanas, creo… Sí, porque fue junto con lo del uniforme.

Apareció un día con los uniformes. Para las mujeres, nada más, porque realmente ayuda a la imagen de la empresa que las mujeres vengan de traje, todas iguales. (Los hombres no, porque él, como cabeza visible de la empresa, no puede venir todos los días con la misma ropa. La gente podría pensar que no se baña). Por supuesto, el uniforme es obligatorio, porque “¿No querían uno ustedes? Ah, ¿no eran todas? Las que tienen hijos habían pedido… algo con el tema de la ropa y las dificultades para lavar. Bueno, pero acá tienen y se tienen que poner todas, no puede ser que solo una y las demás cualquier cosa. Además, nada de colores: los colores vivos dan imagen de adolescentes y esta es una empresa seria. Es una sola muda, porque estamos creciendo pero no tanto como para darles dos juegos, es mucha plata y no tenemos para tanta inversión. Pero se lo ponen, eh…

Ustedes saben que si no se lo ponen, con todo el dolor del alma debo sancionarlas. Está en el acuerdo con el sindicato. Estoy seguro de que no va a ser necesario, de todas maneras: ustedes son muy unidas, no creo que se arriesguen a venir sin el uniforme y a que las sancione a todas por la inconducta de una… no, no creo que eso pase. Claro, vengan con el uniforme limpio y planchado, si no la buena imagen se arruina. Y qué importante es en una mujer la buena presencia, ¿no? Todas bien peinadas y maquilladas, y eso de que los zapatos no estilizan es mentira. Los tacos altos hacen tan elegante el caminar de una mujer… y ustedes que son todas lindas, no querrán parecer pazguatas, ¿no?”

Yo resoplé; no dije nada. Pero seguro que él me escuchó, porque me controla todos los días si vengo vestida con el uniforme. Lo sé, aunque no lo vea, porque cuando entro al edificio las cámaras de seguridad me siguen. También sé que mira lo que hago en la computadora, porque encontré el programa que captura el monitor en tiempo real; me robaron las contraseñas del correo electrónico y ya no puedo leer las noticias on-line. Cuando me quejé porque no podía acceder al diccionario de la RAE (herramienta imprescindible en mi área) me demostró con total candidez que el diccionario estaba habilitado. Por supuesto, cuando volví a mi oficina, estaba deshabilitado de nuevo. Igual es cuando no anda el sistema de expedientes: subo, me quejo, me muestra que anda, bajo, anda diez minutos, se vuelve a deshabilitar. Yo sé que me lo hace a propósito, con una secreta alegría, con una retorcida maldad, porque si el sistema no anda yo no puedo trabajar y me atraso; y entonces él puede decirles a mis compañeros que no avanzamos más porque yo no hago mi trabajo. Y los demás me miran con odio cuando paso; me esconden la yerba y me tiran el agua del mate; susurran a mis espaldas y me tratan con amargura cuando les hablo.

Ellos saben que no es mi culpa, pero no pueden evitarlo: con él repitiendo todo el tiempo que cada cual es responsable de lo que hace y de lo que no… terminan usándome de chivo expiatorio; no porque el sistema se me deshabilita, sino porque él me odia y, a esta altura, ya están convencidos de que tiene una buena razón.

Yo ya me estaba cansando. Cada vez me sentía más ahogada, más reprimida, más obligada, más oprimida. Mi psiquiatra me reforzó la medicación y tenía los antidepresivos de emergencia en el cajón. Y aguantaba. Solía pensar que después de todo, pobre tipo, así como es nadie lo quiere, no tiene nada bueno en su vida, está enfermo de poder. Después de todo yo fuera de este edificio tengo una vida, tengo amigos, no tengo que pasármela mintiendo para tener algo: puedo tenerlo por mérito propio y, cuando hablan de mi, las personas dicen que soy buena gente (porque lo soy, de hecho. Pago mis impuestos, colaboro con la caridad, no miento, no soy cruel con animal alguno). Hasta esta semana. Hasta ayer, para ser más precisos.

Ayer comenzó el día más o menos como siempre. Llegué, marqué ingreso, abrí la oficina, prendí la computadora, ordené los papeles. Repartí la correspondencia, recibí notas, respondí peticiones, atendí el teléfono. Y se hizo el vacío de media tarde, esas 3 horas en que nadie viene, nadie llama, nada pasa. Para combatir el tedio, me puse a leer un manual del sistema en versión digital… cuando él pasó por el pasillo. Y me vio.

A los minutos me llamaron desde Personal, donde el jefe de área me explicó muy serio que cuando leo algo en la pantalla de la computadora, estoy afectando a la imagen de la empresa porque los ajenos a este ámbito pueden pensar que no estoy prestando atención y pueden sentirse mal atendidos.

Además, cuando atiendo el teléfono, el que está del otro lado nota que no estoy sonriendo, que no estoy concentrada en mi labor. Y yo no quería perjudicar a la empresa, ¿no? No quería perjudicar a la empresa y por tanto, a todos mis compañeros, con mi mal accionar. Sobre todo, porque yo era consciente de que el perjuicio era muy grande… y que todos se preguntaban en la empresa por qué yo era tan perversa; por qué yo me empeñaba en hacerles mal a ellos, que no me hacían nada y que no se metían conmigo. Él estaba muy apenado con mi actitud, tanto, que no me podía hablar y por eso le pedía al jefe de Personal que lo haga. Así que todos acordaban que lo mejor para todos era que yo esté con la vista pegada en la puerta, sonriendo y atenta a las personas que ingresaban. Eso era lo mejor, para todos.

Por eso hoy estoy sentada en mi escritorio mirando a la puerta con la sonrisa más empalagosa que pude pensar pegada en mi cara desde hace cinco horas. Y me quedan tres más de lo mismo. Y él, no contento con mirarme desde las cámaras, se pasea por el pasillo, pavoneándose.

Lo que él no sabe es que estoy planeando mi venganza. Porque la gente buena como yo, que no hace daño ni por casualidad, no se merece ser el chivo expiatorio de nadie. He empleado estas cinco horas en concentrarme, en prepararme para que sea perfecto. Hace un rato que siento la presencia detrás de mí, pero no me doy vuelta a mirar porque me distraería.

Por vez número quinienta, él pasa por el pasillo. Lo miro directamente ahora, lo miro fijo y como sé que se me nota en la cara lo que pienso, a propósito dejo que lo vea, que le choque lo que estoy pensando.

Lo veo ponerse pálido e irse en dirección contraria, rumbo al ascensor. Justo antes de cerrarse las puertas, alcanzo a ver una sombra verde en su cara, como si la piel estuviera echándose a perder. Me río, contenta con los resultados.

La presencia me pregunta:

-¿Satisfecha ahora?

Respondo en voz baja.

-Cuando se concrete. Cuando lo vea podrirse desde adentro hacia afuera, cuando su aspecto exterior refleje su interior; cuando sea tan repugnante que nadie pueda estar cerca y mucho menos mirarlo a la cara. Cuando no inspire lástima ni a un santo, sino solamente asco. Cuando se vaya desintegrando en una masa informe llena de gusanos pero mantenga la conciencia hasta que la última partícula de cerebro que le quede se disuelva. Entonces estaré satisfecha. Solo entonces.

Me giro hacia el que preguntó.

-¡Eh, querida, cuidado con esa mirada! Sé de lo que sois capaz, así que al menos hasta que se te pase, no me mires ni de soslayo.

Mi risita irónica se escucha sobre el zumbido del aire acondicionado.

-Está bien, ya estoy más relajada. Además, la buena gente como yo no hace daño porque sí. Convidame.

-Ya te doy, espera que termino de sacar la cáscara. Las cosas en el piso alto se estaban volviendo monótonas. Presiento que con vos me lo voy a pasar muy bien. La buena gente es más divertida que la mala.

El Diablo tira la cáscara por la ventana y me pasa una rodaja de manzana.

Concurso "El bien y el mal" Angel caído (Por Viridiana Patiño)

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Muchos besos






Ángel Caído (Viridiana Patiño)




Yo estaba en sus brazos. Una vez más… después de todo lo sucedido seguía siendo tan estúpida como siempre. Yo que toda la vida me había esmerado por estar del lado correcto. Yo que fui llamada "el regalo de Dios" por ser descrita por mi partero como "la niña más dulce, tranquila y pacífica de todas" yo que… supuestamente estaba bendita desde mi nacimiento. Yo Dasha Sibley Aetherius…

Mi nombre lo decía… marcaba mi destino.
Desde que tengo conciencia supe que había algo especial en mí. Que tenía una misión que cumplir en el mundo pero jamás imagine como terminaría todo. Cuando nací un 25 de diciembre de 1992 a los 6 meses de edad todos me esperaban muerta. Mi madre había sufrido un aborto. Pero nací viva, pequeña, pero sana, sonrosada, con una sonrisa en el rostro. Mamá, que había planeado llamarme Helena en honor a Helena de Troya lo olvidó en cuanto me tuvo en brazos. Helena era… "muy simple". Mi padre Kostas Aetherius (si, ese es mi apellido real) me aceptó al verme. Mis ojos azules como el cielo. Mi sonrisa perlada y transparente; mis cabellos dorados como el sol y mis labios rosas lo conquistaron.

Él era todo lo contrario a mí. Damon Devil (qué nombre más sugerente) y desde que llegó a Ftía nadie se le acercaba. Su solo nombre traía al maligno según decían. Cuando yo lo vi por primera vez no hubo más que decir. Sus cabellos obscuros me encantaron al igual que el matiz mortecino de su piel, pero sus ojos de obsidiana me indicaron el peligro, me mostraron el mal.

Debía alejarme… ese chico no era cualquier chico sino un ángel caído. Pronto comprendí mi misión… yo era el ángel divino que se suponía debía salvar a la humanidad de él. Éramos enemigos… enemigos mortales… pero no pude evitarlo.

— ¿Estás segura de esto? —me pregunto una vez más.
— ¿Por qué lo sigues preguntando?
—Por lo que eres. Somos enemigos naturales. Tu eres etérea y yo soy… bueno yo soy maligno. Mi misión en el mundo es sembrar la duda, el rencor, la muerte… soy como la caja de pandora.
— ¿Entonces yo soy pandora?
—No—dijo molestó—. Pandora era desobediente. Ella sabía que al abrir la caja algo malo esperaba, pero aún así la abrió por curiosidad.
—Tienes razón. Yo no abro la caja por curiosidad. Ni lo haría. Alguien más ya la abrió. Yo soy quien la cierro. Bueno o al menos soy quien debería hacerlo… pero no puedo.
— ¿Renunciaras a tu misión?
—No tengo otra opción.
—Podrías arremeter contra mí…
— ¿Me dejarías ganar?
—No lo sé. Debo aceptar que siento algo por ti—bajo la cabeza apenado—. Pero no sé que es. No fui creado para tener sentimientos que no sean el odio.
—Alguna vez fuiste bueno. Aun lo eres en tu interior.
—No, no lo soy.
—Entonces somos iguales—aventure.
—No, tampoco. Tú has renunciado a tu misión por amor. Lo sé, no puedo sentir del todo pero si puedo ver lo que tú sientes. Estas tan enamorada que te sacrificas por eso; a pesar de saber que perderás todo lo demás. Yo no renunciare a nada. Ni creo hacerlo. Yo decidí volverme un ángel caído, nadie me obligo ni me sedujo. Siempre fui como ahora. Ambicioso, egoísta y cruel. Torturo a mis presas hasta que me suplican que las mate y siento placer al hacerlo. Me alimento de las lágrimas y bebo sangre como si fuera vino.

Suspire largamente. El tenia la razón, pero no podía evitar pensar en que algún día todo podría cambiar. Ya no me apetecía hablar. No le veía el caso. Había tomado una decisión y no me arrepentía.

Lo bese. Primero en la mejilla, en el cuello… hasta que llegue a su boca. Yo planeaba seguir jugando pero sus labios demandaron los míos. Introdujo su lengua en mi boca y entonces todo perdió sentido.

Sus manos en mi cintura, sus cabellos sobre mi frente, sus piernas enredadas a las mías, la cadencia de nuestros labios…

— ¿Sabes que es el único pecado que tenemos intacto?
Si, lo sabía. A ninguno se nos permitía dejarnos llevar por ese tipo de deseos. No debíamos haberlo. Era terminar de romper las reglas.
Volví a besarlo. Sabía que no iríamos al cielo después de eso, ni al purgatorio… solo nos quedaba el infierno. Yo era una traidora y el también. Además era egoísta. Sabía que le arrebataba su última oportunidad de poder reivindicarse y no me importo. Lo quería a él, todo, solo para mí, por siempre.

No me importaba cuantas personas murieran, las lagrimas, el dolor… valía la pena por esto…
El bien y el mal se habían encontrado.
Se habían mezclado
Y el mal venció.

Concurso "El bien y el mal" Bien-mal (Por Marce Rubio de Cullen)

Continuamos con el siguiente concursante y recordar que las opiniones y comentarios a cerca de los relatos participantes sean constructivos, de buen gusto y con respeto.

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Ahora a leer y disfrutar

Muchos besos





Bien-mal (Marce Rubio de Cullen)





Hola, salude a todos, observando la mirada de cada uno de ellos, sorprendida, por el tono en que se reían de las bromas que contaba el, el chico perfecto, el tan solo unas horas después, se convertiría en mi asesino por accidente, eso un accidente trágico.
Estoy, parada en el juicio donde le van a condenar por mi muerte, las personas no saben qué hacer, el auto se quedó sin frenos, y eso lo hace inocente, pero mis padres muy angustiados, reclaman justicia.
El me miro, me invito a salir, era día de fiesta, un viernes común en la prepa, yo muy contenta le dije si, pues apenas le hablaba y le miraba, pero él era especial.
Tenía que resolver asuntos pendientes, antes de llegar, a mi propio cielo, le amaba y no iba a permitir que le condenaran por un accidente; Soy eso, sí, soy un fantasma, pero no cualquiera, si estoy en proceso de transformarme en un ángel, si, es sorprendente pero cierto, eso quiero ser y para ello debo de perdonar mi muerte!!! Eso es lo menor, lo mayor, es como demostrarle al mundo que él no es malo, porque el mal se lo crea uno propio el mal es algo, que a mi parecer amigos, es algo diminuto a comparación de la felicidad, y el bien eso creo yo, si es algo grande, lo bueno es que la vida está programada para un equilibrio.
Sus ojos, esos ojos sentía lastima pues iban a condenar al hombre que yo amaba por el que daría la vida, no sé ustedes pero eso es bien, el amor solo puede ser del bien. Por ello ruego ahora a dios que me ayude a ayudarlo porque no quiero que el sufra por algo que no fue su culpa, algo que ni en mil años el querría, pues sabía yo que él también me amaba, ahora les platico las diferencias entre el bien y el mal antónimos muy absurdos porque dependen el uno del otro para saber que existen y que hay competencia:
Amor-Odio
Ayuda-Hundimiento
Perdón-Rencor
Felicidad-Sufrir
Corazón-Cerebro
Esas son las diferencias más notables entre estos, pero les digo una cosa yo era muy mala hasta que conocí a el amor, y eso les confieso me transformo.
Después del juicio me di cuenta de que nada podía hacer hasta que eso, esa luz esa paz me invadió y una voz serena me dijo, tranquila la justicia se hará con bien, tu descansa y duerme hasta que llegue el amor, y puedas vivir en paz, porque eso es el bien, paz y el mal es intranquilidad y problemas.
Carta a mi amor
Atte: tu ángel!!!

Concurso "El bien y el mal" Un intento de suicidio (Por Laura Enciso)

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Un intento de suicidio (Laura Enciso)




Desde aquí, es increíble pero todo es tan pequeño, distante...todos encerrados en su propia burbuja...tan ajenos de lo que sucede a su alrededor, pero también puedo ver que muchos no son felices, van fugaces apresurados por el tiempo y compromisos, olvidando tanto...pero que me diferencia de ellos? pues únicamente que yo pedí mas de la vida, deseaba vivir cada segundo, sonreír por que soy feliz, porque amo y me aman, porque mas allá de los problemas y tragedias del día a día podría agradecer por ser feliz, y tanta exigencia me llevo a este punto, sentada al borde de una torre esperando llenarme del suficiente valor como para tirarme y acabar con mi vida, acabar con mi infierno, no es que no sea lo suficiente fuerte como para seguir viviendo, creo...creo que estoy cansada, cansada de vivir, de despertar y luchar..., y ustedes dirán que hay tantas personas que darían todo por estar sanos, por poder caminar, por poder respirar, y claro como a ustedes eso también paso por mi mente, y eso hizo que resistiera 22 años viviendo este infierno, pero hoy eso ya no me detuvo, esta mañana al levantarme, me volví a repetir las mismas razones que me repito cada mañana, pero esta vez no hicieron el mismo efecto, fue de esa forma en que termine aquí...

Escuela Secundaria New York

-Hagan grupos de tres, aunque las preguntas son personales, quiero que discutan sobre cada una...
-Sara?
-Sara?
-Sara?!En que planeta estas?
-Eh..?!Camila, que sucede?
-Que sucede contigo? En donde estabas?
-No, en ningún lugar en especial...
-Volvieron a discutir..?
-ah...si
-Tranquila amiga! todos los padres hacen lo mismo...
-Si, seguro, solo...quisiera no presenciarlo...
-Ya...Bueno, no es que tengas esa suerte... así que deja de pensar en ello...además el profesor acaba de dar una lección, ya sabes esas que te tienen que cambiar de por vida, jajajaja...como si eso fuese a suceder..
-Las fotocopias ya están listas...chicos, comiencen, pero, recuerden es personal...-Anuncio el profesor
-Sara, Camila...tomen-nos paso las copias...
Las preguntas como eran de esperarse eran increíblemente originales, difíciles de encontrar respuestas y lo bastante estúpidas como para darlas a unos niños que comienzan a conocer el sexo y libertinaje, pero el profe tenia esperanzas de cambiar el mundo comenzando por nosotros, lo que ya era bastante perdida de tiempo...
Confieso que esa fue mi primera impresión, pero aceptémoslo, la pregunta debía resultarnos de lo mas interesante, pues básicamente es una de las preguntas de rigor para vivir bajo algo de cordura, pero a mi me resulto prácticamente imposible de responderla...creo que me tomo de sorpresa pero, no todos los días aparece alguien y te dice: Hey! por que vives tu?...esa pregunta de verdad no importo, no hacia daño alguno, sin embargo se convirtió en la causa de tanto sufrir...

03:00am

-Crees que soy una idiota?!!
-No voy a discutir, no estoy de humor...
-Y, encima de todo lo hiciste en frente mío...!!!!
-Yo no hice nada!!! Eres tu la que tiene complejos!
-Complejos?! Bueno, son complejos que tú diste comienzo con cada engaño, con cada aventura, con cada perra que te cruzabas en frente!!!
-Vos estas enferma! me escuchaste? estas enferma de la cabeza!!!
-Acaso me vas a negar?! Me vas a negar que no me pusiste el cuerno con cada puta que podías!!!

-Hey! Sara! animo! son cosas suyas! solo haz como si no los escucharas...duele menos...
-Como lo haces? Daniel, yo, no soy tan fuerte! no se como hacer de la vista gorda...
-No se..solo, sal, con amigos, diviértete, no pienses, solo disfruta!
-ah...hermano, hay veces que no se que haría sin ti!
-Morirías! jajajajaja -Y no sabia en lo cierto que estaba!

Ciertamente los momentos que arruinaron parte de mi infancia tampoco son la suficiente razón para querer suicidarme, pero, tampoco encuentro razones suficientes para seguir viviendo, vivir para mi, nunca fue un premio, era la tarea continua de dibujar una falsa y molesta sonrisa fingiendo que todo estaba bien, era despertar y encerrarme en el modelo básico de persona cuerda que se hunde en el estrés, el trabajo, y en el falso interés en tragedias ajenas...Reglas básicas que aprehendí con la rutina diaria fueron; realmente nadie te ama, nadie daría la vida por ti, no existen los verdaderos amigos solo necesitas alejarte un poco para ver como hablan de ti a tus espaldas, y no confíes a nadie tu corazón pues no dudaran bastante sin antes intentar aplastarlo...ya a los veintidós años sonaba como cualquier vieja de 80 años sola, abandonada, amargada y decepcionada de la vida...

Es realmente ridículo, al comienzo quise culpar a los libros y películas que te hacen creer que todo siempre de color de rosa, que existen los príncipes azules, y los finales felices, mi vida si algún día tuvo color fue el negro, de ello estoy segura...

Ring...Ring..!!
-A quien se le ocurre llamar justo el día en que intento suicidarme?!
Ring...Ring..!!
No voy a contestar! maldición! y si es una señal, una señal?, señal, de que?...

sábado, 26 de febrero de 2011

INFORMACION IMPORTANTE sobre el concurso




INFORMACION IMPORTANTE sobre el concurso


Por motivos de trabajo tengo que viajar estos días, justo ahora que tengo las publicaciones del concurso, pero no asustarse, voy a programar los relatos que quedan en borradores para que se publiquen solos, como nunca lo he hecho, no se la hora en que saldrán, jeje. Espero no hacerlo mal.
He tenido algún que otro problema con cierto anónimo hace unos días (alguien que se metía conmigo) alguno de vosotros sabéis de que hablo porque ya os lo he comentado, así que por desgracia pondré el moderador de comentarios en mi ausencia, para no encontrarme con ninguna sorpresa, pero no os preocupéis que para las votaciones ya estaré aquí, y lo quitaré.
No se si al sitio al que voy tengo acceso a Internet, así que he dicho a un amigo que ponga los enlaces de los relatos en la cabecera (a ver si lo hace bien ^^) jeje, y que también autorice los comentarios.
Vuelvo el miércoles, así que el primer día de votaciones empezará a más tardar el jueves.

Perdonar por las molestias, y espero que podáis leer en estos días los relatos que os falten, para luego saber por quien votar, jeje

Un beso para todos y sed buenos en mi ausencia.

Concurso "El bien y el mal" La Carbonera (Por Francisco José Palacios Gómez)

Y llegamos por el relato numero 26, ya queda menos para el final, y se que estáis disfrutando mucho con sus lecturas, gracias por estar ahí.
Sin más, continuamos con el siguiente concursante y recordar que las opiniones y comentarios a cerca de los relatos participantes sean constructivos, de buen gusto y con respeto.

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La Carbonera (Francisco José Palacios Gómez)




Ése era el sobrenombre con que la conocían los vecinos del barrio.

•¡Carbonera! ¡Que tu padre ha desembarcao, vete deprisa pa tu casa! – le gritaba una vecina que volvía del mercado, la cesta colgando del brazo, llena de escasos alimentos y de muchas noticias oídas en aquél mentidero.

Y corriendo que se iba María, el cuerpo temblándole como las flores en un día de levante, presa del pánico. Allá quedaron en la plaza los juegos que compartía con otros niños, los saltos, las risas, los corre-corre que te pillo…Rauda se dirigía hacia el miedo y el dolor.

•¡Que viene pa! – informó a su hermana pequeña, Matilde, la Carbonera chica, que jugaba sentada en el suelo con una piedra, a modo de muñeca, meciéndola entre sus brazos. Las pupilas se le dilataron con el terror que le provocaba ese hombre enorme, sucio y cruel, al que debían llamar padre.

Entraron por el zaguán oscuro, de pasillo prolongado, que desembocaba en un viejo patio de losas sueltas, y accedieron al interior del bajo izquierda, su hogar desde que nacieron.

•Llena de agua el barreño y coge un paño limpio – ordenó a la pequeña Matilde, que se apresuró en aupar un cubo de hojalata, casi tan grande como ella, y se dirigió al centro del patio, al pozo. - ¡Y sacúdete la ropa, que la tienes llena de polvo!

Mientras, puso una olla a hervir y sacó, de un ajado armario, unas patatas llenas de moho. ¡Cuántas veces durante las últimas semanas se había relamido pensando en devorar esos manjares! Pero el miedo a una paliza era mayor que el tenido a la muerte por inanición.

A duras penas y con sumo esfuerzo, Matilde, la Carbonera chica, acarreó varios cubos de agua, hasta que el barreño circular situado en medio de la estancia estuvo lleno.

•Zúrcete ese agujero…¡rápido!

Matilde estaba lívida por el miedo, pero consiguió controlar sus nervios y, cogiendo aguja e hilo, se apañó para coser el boquete del traje mil veces puesto para todo.

El agua de la olla empezó a hervir y María echó varias patatas peladas en su interior. Rebuscó por los cajones algo de sal, sin éxito. Una mueca de frustración y miedo se dibujó en su rostro. A su padre no le gustaba que el almuerzo estuviera soso. Agitó el abanico bajo las brasas, para avivar su poder calorífico. Había guardado esos trozos de carbón para el regreso de su padre. María era muy precavida en lo que a evitar arranques de cólera de su progenitor se refería.

Una de las apolilladas puertas se abrió de un violento golpe. Paco Carbonero, entró en su hogar, la bota de vino colgando lánguidamente de un hombro, el petate con la ropa sucia en el otro. Su inseparable navaja asomaba por encima del fajín rojo. Descomunal como una montaña, robusto y fuerte cual bestia salida de los avernos, el pelo cano, enmarañado y sucio y los dientes amarillos, observó la estancia.

•¿Dónde están mis princesas? – bramó con una sonrisa estúpida en el rostro.

Las niñas dejaron sus quehaceres y se dirigieron sumisas a darle un beso en la mejilla a su padre.

•¡Mmmm! ¡Algo huele muy rico por aquí! – graznó con su voz rota, de borracho habitual, moviendo su nariz arriba y abajo. Tiró el petate a un lado y se dirigió a la olla humeante.

La Carbonera recogió presta la ropa sucia, dispuesta a lavarla en cuánto su padre diera permiso. Éste, con la misma cuchara de palo con la que María había removido las patatas, engulló de buen grado gran parte del contenido del recipiente. Luego, expulsó un sonoro eructo.

•Ahí os he dejao un poco – anunció, generoso. – Aunque está algo soso. Voy al catre un rato, que estoy reventao…¡No molestéis, y ni se os ocurra salir a la calle! – con estas palabras, se dirigió a la estancia que usaba de dormitorio.

Las niñas suspiraron aliviadas. Luego, apuraron la comida que su padre les había dejado. Al menos, había regresado de este viaje de buen humor…María sabía que eso no iba a durar demasiado.

La Carbonera, María y la chica, Matilde, se metieron en la estancia contigua a la que había ocupado su padre. Allí, en esa vieja carbonera, dormían las dos juntas, sobre un montón de paja, cual animales. Notó como su hermana pequeña temblaba. La abrazó.

•No te preocupes…- susurró a su oído. – Mientras yo esté aquí, nada te va a suceder.

Paco el Carbonero, marinero de profesión, padre de las Carboneras, María, la mayor, y Matilde, la chica, era un hombre sin alma. “El mayor bicho que exista en la tierra”, según palabras textuales de algunos vecinos, que no se atrevían a decírselo a la cara, pues ese hombre era una especie de monstruo irracional que actuaba por impulsos.

Desde que acabó la guerra, era marinero del “Horizonte”, un barco mercante que hacía la ruta de las Islas Canarias. Entre su sueldo, que se gastaba en burdeles y alcohol, y los trapicheos con los productos de contrabando que traía desde las islas, sobrevivían él y sus hijas a duras penas. La posguerra estaba siendo muy dura, una época de hambrunas y muerte. Su mujer murió poco después del conflicto bélico, presa de “algo malo”, como decían las gentes del lugar cuando alguien se moría a causa de una enfermedad desconocida. Paco la odiaba por haberlo dejado sólo con las dos niñas. A decir del Carbonero, lo había hecho adrede, eso de morirse, por las palizas que solía meterle cuándo estaba borracho. Tampoco le importaba demasiado, pues, al menos, sus hijas seguirían haciendo las tareas domésticas y cuidarían de él, como merecía todo hombre.

También se buscaba la vida, en tierra, robando carbón de las carboneras de la estación. Con la noche como cómplice, saltaba las rejas de la estación de tren, accedía a las construcciones achaparradas que contenían el carbón y robaba uno o dos sacos. Luego, los escondía en la estancia donde dormían sus hijas, en un cuarto secreto que había bajo aquélla. Levantando una losa, en lugar de tierra, una compuerta de madera daba paso a una pequeña habitación. Una vez, las niñas le preguntaron por el origen de aquel cuarto secreto, a lo que el Carbonero respondió que se trataba del lugar donde antiguos piratas escondían su botín de las posibles pesquisas que pudieran hacer las autoridades. Quizás no fuera descabellada la original hipótesis de Paco, teniendo en cuenta la historia de la ciudad donde vivían. Ahora, el Carbonero la tenía llena de baratijas que traía consigo de sus viajes. También la utilizaba para esconder el carbón robado. Luego, trocaba el combustible con sus vecinos, por comida o algunas monedas. De ahí que las gentes, haciendo un juego de palabras con el apellido de las niñas, las llamaran las Carboneras.

El regreso de Paco era el inicio de un calvario para María y Matilde. Su padre no las dejaba salir durante el período que duraba su estancia en tierra. Las encerraba en su cuarto todo el tiempo que le placía, y las castigaba severamente si se quejaban. Las niñas no salían durante días, y de nada servían los llantos y súplicas. Se conformaban charlando entre ellas, y escuchando, con mucha envidia, a los niños que jugaban en la calle. Paco era tremendamente violento. Cualquier cosa le molestaba: si el agua del baño estaba fría, le propinaba una sonora bofetada a la causante; si la ropa no estaba bien planchada, fuerte patada…Las hermanas debían ser muy cuidadosas con todo lo que hacían o decían. Incluso con lo que no hacían ni decían.

Su violencia, su maldad ilimitada, era de sobra conocida por los vecinos. Se rumoreaba que en la guerra de los años diez y veinte, muchas mujeres autóctonas, seducían a los soldados españoles, que las seguían excitados, encontrando la muerte en las manos de grupos de hombres enemigos que los esperaban escondidos dentro de las casas. Contaban que, a Paco, una de esas mujeres intentó hacerle la jugada, provocándolo sensualmente para que dejara su patrulla y fuera con ella a algún sitio apartado. Paco sacó su navaja y la rajó de arriba abajo sin darle posibilidad de defenderse. El niño que gestaba quedó colgando del vientre abierto de la madre moribunda. Decían también las lenguas chismosas que, cuándo un preso de la cárcel local daba problemas, la guardia civil detenía a Paco con cualquier excusa, como la de meterse en alguna reyerta o pegar a sus hijas. Una vez dentro, negociaban con él: la libertad por meter en cintura al rebelde. Poco duraba el genio del preso de turno. Paco, pronto dejaba claro quién mandaba allí. Los presos más viejos le respetaban lo indecible, pues el Carbonero no dudaba en lisiar o matar si era necesario, con la complicidad de las autoridades.

Si se emborrachaba era peor que el demonio. Muchas veces, tras darle una paliza a sus hijas, se encerraba con María para tocarla, mientras jadeaba como un perro. La niña, con objeto de evitar que se centrara en su hermana menor, se dejaba hacer. En esos momentos en que su padre se apretaba encima de ella, María se evadía, observando absorta a través del enrejado de la ventana, desde la que se veía el infinito mar, azul y límpido…Muchas veces, su madre muerta se asomaba desde fuera y le cantaba viejas canciones de cuna para que se olvidara de lo que le estaba pasando. Mas, Paco, de repente, se reponía de su ataque y, antes de consumar, se levantaba diciendo: “Aún no; aún no…sólo es una niña…”. Entonces, se marchaba, dejando a María una irreparable marca, en el cuerpo y en el alma.
El padre Saturnino, quién tenía mucho cariño a las pequeñas hermanas, había hablado a veces con él. Cuando los vecinos las escuchaban gritar, desesperadas, algunos golpeaban la puerta de la casa de Paco, exclamando: “¡Déjalas, que sólo son unas niñas!”, sin atreverse a entrar para evitar el enfrentamiento con el Carbonero. Otros vecinos ignoraban lo que ocurría…¿cómo podía decirle alguien a un padre la manera en que debía educar a sus hijas? Pero el párroco intentó convencerlo, en una charla amistosa en la taberna, de que debía cejar en su comportamiento hacia María y Matilde.

•Es que no se qué me pasa, padre – había respondido el Carbonero, sumiso cual cordero ante ese representante de Cristo. – Es el vino, que me duele aquí arriba y me vuelve loco – se excusó clavando el dedo índice en su sien.

Pero, al final, siempre volvía a las andadas.

Cuando partía a otro viaje, las niñas suspiraban aliviadas. Seguramente las hubiera matado de saber que pisaban la calle en su ausencia. “Sólo las furcias van solas a la calle…¿ustedes sois unas furcias?” reñía borracho como una cuba a las dos hermanas, que sollozaban asustadas, totalmente inmóviles de puro miedo.

La Carbonera, María, guardaba un poco de petróleo para resguardarse del frio durante los viajes de Paco. Su padre cerraba con llave la puerta donde tenía el preciado carbón, por lo que las niñas se morían de frio con el crudo invierno. El Carbonero partía hacia sus viajes sin preocuparse por dejar a sus hijas comida, dinero o manera de calentar la casa en su ausencia. Es por ello por lo que, cuando entregaba a María algo de dinero destinado a comprar petróleo para la lámpara que Paco tenía en su estancia, aquélla se cuidaba de volcar algunas gotas en una vieja lata de galletas que perteneció a su madre.

Escondía la lata en casa de una vecina, que le guardaba el secreto. Cuando su padre marchaba y el frío arreciaba, la niña usaba el combustible para encender una hoguera que las calentara, dentro de un cubo de metal. Aunque a duras penas, iban sobreviviendo. La caridad de algunas mujeres del barrio, que les daban pequeños curruscos de pan, o las vainas de las judías verdes hervidas, evitaba que murieran famélicas. El padre Saturnino, que ayudaba con el poco dinero destinado a su sustento a las familias más necesitadas de la ciudad, era otra inapreciable ayuda con la que contaban las desdichadas hermanas. A veces, el párroco guardaba los recortes de las obleas y se las llevaba de regalo a las Carboneras. Las niñas las devoraban como si de una inigualable chuchería se tratase.
Nadie osaba plantar cara a Paco el Carbonero. Ni siquiera la guardia civil que, como se ha narrado, lo utilizaban a veces para sus propios fines. Aunque eso no obstaba para que, en ocasiones, le dieran un toque de atención: “Paco, si las matas, vas a pasar mucho tiempo en prisión. Aguanta un poco la mano”.

Ahora, su padre había regresado. Matilde se quedó dormida sobre el jergón de paja, pero María no lograba conciliar el sueño. No podía evitar imaginar los calvarios a los que iban a enfrentarse las dos hasta que Paco volviera a marcharse. El suave oleaje, que rompía contra la muralla sur de la ciudad, era suave melodía que acunaba a María, arrastrándola con sus efectos calmantes hacia el mágico y hermoso mundo de los sueños. Pero un porrazo la arrancó de la duermevela. Con sorpresa, se percató de que había anochecido. María había estado durmiendo todo el día. Fuera, en la estancia de la pequeña cocina de carbón, oyó a su padre cantar muy alto viejas marchas militares. Su voz se empañaba bajo los evidentes efectos del alcohol. La puerta se abrió de súbito.

•¡Fuera de aquí, Matilde! – ordenó sin lugar a réplica.
La Carbonera animó con suavidad a su hermana pequeña a que abandonara la habitación.

•Ya lo he visto…- anunció con una risa gutural, tambaleándose frente a María. – Los paños manchados. Felicidades: ya eres toda una mujer.
La guardia civil había inspeccionado la casa, tras la denuncia de los vecinos. Habían hallado, bajo una de las estancias, el foco del incendio. Reconocieron el cuerpo carbonizado de Paco, el Carbonero, por la navaja de gran tamaño que siempre llevaba al cinto.

•No lo entiendo – había dicho uno de los agentes. – El carbón no arde tan rápido. Le hubiera dado tiempo de escapar, aún borracho como una cuba como estaba, según dicen los que le vieron por última vez salir de la taberna. Además, la trampilla por la que se accede a la carbonera secreta estaba cerrada con llave. Alguien tuvo que hacerlo.

•¿El qué? - preguntó el padre Saturnino, que había acudido corriendo al saber de la desgracia, preocupado por las hermanas.

•Prender fuego al carbón y cerrar la trampilla con llave.

•No señor – dijo tajante el cura. – Está claro que ha sido un accidente. El abuso del vino puede ser mortal.

•Claro, claro. Así lo comunicaré al capitán y al alcalde – respondió el guardia, mirando de soslayo a las hermanas que, de manos del cura, observaban abstraídas el suelo. Sus ropas manchadas de hollín evidenciaban la suerte que habían tenido de no morir pasto de las llamas.

•Yo me ocuparé a partir de ahora de vosotras – anunció el padre, sacándolas de allí para siempre.

María, la Carbonera, dejó de hablar durante mucho tiempo.
No volvió a hacerlo hasta que Matilde, la Carbonera chica, le contó cómo había oído la voz de su madre llamando a Paco desde la habitación secreta. Él, borracho, había acudido a su reclamo. Luego se había quedado dormido.
Una cerilla, la confabulación de una vecina y el contenido de la lata de galletas, hicieron el resto.

Concurso "El bien y el mal" Caigo contigo (Por Faniita)

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Caigo contigo (Faniita)



Él era el señor del inframundo, el señor del fuego eterno.
El que con un simple gesto, puede convencerte de cualquier cosa.
Lo que sea…
Él es Lucifer…
El ángel caído del mismísimo cielo…
Y Él…
Es mi marido…



(Narrado por Lilith)

Mi marido, Lucifer, era el señor de las tinieblas.
Los mortales le conocen como “Satanás”, “Diablo”, “Demonio”…
Pero él no es nada de eso. El es una persona que solo luchó por coger el puesto de ese insensato de allá arriba. El señor “Todopoderoso”.
Que odio le tenía.

Lucifer, es alto, de unos 1.90m, de pelo negro, por los hombros, y liso. De ojos azules, tan azules como el mar. Su cuerpo estaba muy bien formado, desde un largo y musculoso tronco, hasta unas piernas muy bien formadas. Lucifer era hermoso, y estaba y sigue estando catalogado como el ángel más hermoso, más inteligente y más fuerte que ha existido.

Lucifer estaba extraño desde hace una semana, y no sé por qué. Aunque, lo que yo me imagino es, porque está ya cansado de trabajar aquí. Lógico, son más de dos mil años de reinado. Uno ya se cansa.
Suspiré de nuevo, y entré a mi cuarto. Me dispuse a darme una ducha, necesitaba relajarme, comencé a preparar la bañera con agua caliente...

(Narrado por Lucifer)

Apoyé mis manos en mi escritorio, tensándolas, y a su vez astillando la mesa un poco.
Cerré los ojos, pensando en cómo había tratado a Lilith y a mis servidores durante toda esta semana. Sobre todo a Lilith.
En estos casos es cuando se dice Señor Ayúdame, ¿verdad?
Jajajaja, ¡venga ya!
Son solo gilipolleces.

Bajé la cabeza, viendo como mi pelo tapaba algo de mi rostro. Necesito un día para arreglar las cosas que merodean por mi cabeza. Solo un día…
Suspiré, y me senté en mi trono, con un lío tremendo en mi cabeza. No podía seguir así con Lilith, tenía que cambiar.
Con decisión, me levanté de mi trono, y me puse rumbo hacia mi cuarto donde supuestamente se encontraría mi mujer. Mi Lilith.

(Narrado por Lilith)

Oí que la puerta se abría. Me encontraba en el baño, ya vestida, cepillándome el pelo. Dejé el cepillo en el mueble y salí.
Lucifer se encontraba sentado en la cama. Y mi mente solo pudo pensar en una cosa.

Mi preocupación hacia él.
Vamos Lilith, tú puedes…
-Tenemos que hablar…-Murmuré muy bajito, deseando que me hubiera escuchado.
Estaba demasiado nerviosa Pude darme cuenta por el rabillo del ojo, de que su compostura era recta y eso quería decir que estaba dolido.
-¿Estás enfadada?-
Me senté en la cama.
-Solo triste-Susurré, bajando la cabeza
Escuché un suspiro proveniente de él, para luego sentir, que la cama se hundía por su parte. Se había acostado.
-Lo siento- dijo
-Lo sé-Murmuré, girando mi rostro hacia él.
Jugaba con sus manos. Estaba nervioso…
-No quiero perderte-
Esas palabras me llegaron a lo más profundo de mi corazón. Mis ojos se llenaron de lágrimas.
-Y no me perderás-
Lucifer me miró inmediatamente y pronunció esas dos palabras que te hacen suspirar, sonreír, palpitar…
-Te amo-
Entonces, ahí ya no pude aguantar más, y comencé a llorar…
-Hey, hey…No llores mi amor. No quiero verte así-
Me sentía feliz, orgullosa, protegida…Y lo más increíble de todo…Me sentía amada.
-No llores…-Susurró en la curvatura de mi cuello.
-Oh Lucifer…Te amo tanto-
Lucifer me abrazó por la cintura, y yo me hundí en su pecho.
Era la mujer más feliz.
Me comenzó a acariciar el pelo, mientras yo me desahogada en su pecho.
-Quisiera poder estar más tiempo contigo-
-Algunas veces siento que me faltas. Sé que tu deber es difícil, pero me siento apartada-
Sentí que Lucifer me aplastaba contra su pecho, dándome el cariño que necesitaba
-Estoy aquí- Exhalo en mi oído.
Nos fundimos en un abrazo que duró lo suficiente para que yo me sintiera mucho mejor.
Posicioné mi rostro en la curvatura de su cuello, e inspiré su profundo y delicioso aroma.

Lo amaba tanto. No podía permitirme perderlo. Le fui dejando un caminito de besos, desde el oído hasta sus labios, sintiendo como él se estremecía. Mis ojos subieron a los suyos por instinto, pudiendo ver así que los tenía rojos. Estaba excitado…

(Narrado por Lucifer)

Lilith me besaba haciéndome estremecer. Cómo me gustaba esa parte de Lilith…Lilith posó sus manos en mi pecho y me tumbó con fuerza encima de la cama.
Mi corazón comenzó a dispararse, estaba excitado.
Me empezó a desabrochar con fuerza los botones de la camisa, para luego pasar a los del pantalón mientras seguía con su caminito de besos.
Llegó a mi pecho y bajó hasta mi ombligo, me miro y sonreímos, la pasión fluye en esta habitación. Siento que ardo por dentro, me arden los ojos y así se lo digo a ella.

-Por favor Lilith no aguanto más-
Me mira y sonríe pícaramente mientras posaba su mano encima de mi bóxer, haciéndome soltar un jadeo. Lleva sus manos a la abertura de éste y tira hacia abajo muy lentamente, haciéndome jadear de nuevo.
Mi deseo fluye más y mas, mientras mis instintos hacen que mis caderas se alcen, deseando ser tocado, allí donde estaba más necesitado.
Lilith me mira, sonríe y baja sus labios hasta mi miembro, abre su dulce y deliciosa boca y planta un leve beso en mi erección.
Gemí sonoramente ya sin poder aguantarlo, y mis manos por instinto bajaron hasta su pelo.

Ella me miró golosamente y quitó mis manos de su pelo, dejándolas a cada lado de mis costados. Cómo me hacía sufrir…
Bajó su dulce boca a mis muslos, dejando besos por los que suspiraba, jadeaba y gemía en algunas ocasiones, hasta llegar a mis testículos, los cuales comenzó a lamer, haciéndome sentir miles y miles de sensaciones dentro de mí.

Lilith subió poco a poco hasta mi envergadura y pasó su lengua desde su base hasta la punta, ayudándose de sus preciosas manos. Repitió el proceso jugueteando con su dulce lengua alrededor de mi glande. No puedo más, pensé.
Me postré de rodillas, haciendo que ella se posicionara hacia atrás quedando así, igual que yo. Yo ya no podía aguantar más. Necesitaba probarla…

Mis manos fueron hacia el borde de su camisa levantándola suavemente hasta quitársela. Luego mis manos en el broche del sujetador, haciéndola jadear al acariciarle la espalda.
Desabroché ese obstáculo por el que paso siempre, por el que siempre me dan ganas de romperlo, ya que me desespero, y comencé a acariciar su espalda de nuevo hasta llegar a su trasero.

Mientras mis manos acariciaban sus glúteos, mis labios iban bajando más y más hasta que llegué a su ombligo. La empujé con fuerza hacia atrás, acariciándole los muslos suavemente, sintiendo la suavidad de su piel en mis manos.

Mis labios fueron bajando, hasta llegar a su cadera, sintiendo así el deseo que corría dentro de ella.
Era mía…
Solo mía…
Mis labios fueron bajando, hasta perderme en su entrepierna y sin dejar de acariciarle los muslos…

Ella gimió sonoramente, haciendo que mi entrepierna pulsara. Fui soplando poco a poco pero muy intensamente. Mi lengua recorrió toda su perineo, llegué a la vagina y soplé mientras mi lengua lo acariciaba. Mi lengua cada vez iba más rápido, hasta que ella me detuvo, empujándome hacia atrás. La excitación se podía ver en sus ojos desde kilómetros.
Se colocó a cuatro patas mientras sonreía, agarrado mi miembro con su mano y masajeándolo. Me acerqué a ella. Me puse detrás y mientras colocaba mi tórax en su espalda, mordí el lóbulo de su oreja.
Posicioné mi envergadura en su entrada y jugueteé un poco, haciéndola gemir. La tenía para mí. Solo para mí…
-Métemela ya, Dios de las Tinieblas-
Y ahí fue cuando la agarré de las caderas y la penetré.
Lilith gritaba y gritaba de placer, haciendo que su placer fuera el mío. Estaba sudada, su pelo se pegaba a su espalda, que se encontraba en forma de arco causa de las estocadas que yo le daba.

-Dame duro cariño-Rogó agarrando la almohada muy fuerte.
Hice lo que me pedía y la cabalgué incesantemente, cada vez más fuerte.
Mordí su cuello cuando sentí que ella estaba por venirse para incrementar su placer, y así incrementar el mío también.

Nuestros cuerpos se compenetraban perfectamente. Ella para mí y yo para ella. Un encaje perfecto…
Soltó un último grito de placer mientras yo seguía entrando y saliendo.
Sentí como sus paredes vaginales apresaban mi miembro, gesto producido por su orgasmo.

No pude aguantar más y de una última estocada, me vine.
Sentí miles y miles de mariposas recorriendo mi estómago, causadas por el impactante orgasmo que acababa de tener con la mujer de mi vida. Caí rendido en su espalda, sintiendo nuestras fuertes respiraciones. Me quité de encima de ella cuando conseguí relajarme, para no aplastarla y la coloqué abrazándola junto a mí.
Nuestros cuerpos sudorosos, junto con nuestro cansancio, hicieron que nos durmiéramos, cayendo así en un sueño profundo.

(Narrado por Lilith)

-¡Largo!-Exclamó Gabriel, cerrándome las puertas del cielo. Echándome del Paraíso, porque yo así lo he querido.
Porque quería estar con Luzbel, mi Luzbel.
Luego…
Caí en la oscuridad…

-¡NO!-Exclamé sobresaltada
-¡Hey, cariño! ¿Pasa algo?-Oí a Lucifer en la oscuridad, para luego sentir una mano reconfortante en mi espalda.
-Solo ha sido un sueño-Murmuré para mí misma, mientras abrazaba a Lucifer.
-Exacto. Solo un sueño- dijo acariciándome la espalda.
-Te he echado de menos-
Él soltó una carcajada y dijo tiernamente.
-Pero si solo has dormido un par de horas. Y yo he estado a tu lado siempre-
-Pero para mí ha sido una eternidad-Susurré de nuevo, para luego darle un beso
Como echaba de menos esos labios tan dulces, tan lindos…
Tan…
Reconfortantes…
-Te amo-Murmuré en sus labios.
-Y yo a ti, mi diablilla-
Y así dormirnos.
Cayendo en una linda oscuridad juntos.
Porque yo siempre…
Caigo contigo…

viernes, 25 de febrero de 2011

Concurso "El bien y el mal" Aztirey (Por Yiza Black)

Continuamos con el siguiente concursante y recordar que las opiniones y comentarios a cerca de los relatos participantes sean constructivos, de buen gusto y con respeto.

En la cabecera del blog encontraréis el resto de relatos ya publicados, por si os habéis perdido alguno.

Ahora a leer y disfrutar

Muchos besos





Aztirey (Yiza Black)





¿Alguna vez te has sentido menos que basura? ¿Has tenido el placer de ser pisoteada? ¿En toda tu maldita existencia has sufrido? Si es “si” a todo menos a la tercera pregunta, debo admitir que siento celos hacia ti. Es imposible en este mundo lleno de dolor y sufrimiento el tener una vida plena y feliz. En algún instante, en algún maldito y abrasador momento, quizás efímero, todos hemos sentido dolor, nos hemos sentido rechazados, pisoteados o menos que basura.

¿Sabes algo? La vida es real, cruel y buena maestra. La crueldad te enseña a madurar, la realidad te advierte de que no todo es color de rosa y al ser la maestra más estricta que puede existir, jamás olvidaras una lección impartida por la misma. Pero no todo es para lamentarse, de hecho… ¿Quién ha dicho que algo era para lamentarse? En mi caso no es tanto así. La vida, sus malditas jugarretas y todo lo que me ha sucedió… gracias a esto, hoy soy el ser que soy. Hoy puedo levantarme y tener la dicha, el placer y el éxtasis de destruir cuanto enemigo encuentre sin si quiera esforzarme, no importa a cuanto inocente me lleve en el acto. ¿Sabes que? Puede que me refiera a la vida y sus lecciones pero, existe algo más imponente que el maldito ciclo de la existencia humana. Existe algo más allá de la muerte, más doloroso que vivir, que te hace sentir más inconforme que ser un desperdicio. Para algunos es el punto clave del poder, para otros es solo la punta del iceberg de posibilidades. Para mí, pues para mi solo es mi diario existir.

Quien haya pensado, dicho, murmurado o aclamado a la inmortalidad, jamás se detuvo a sopesar la negativa de la misma. Jamás pedirían un deseo tan absurdo de saber como se siente, de echo jamás lo pedí, el ser un ser sin vida, un muerto no muerto, algo que no tiene sentido. Por que ni siquiera a los mitos, leyendas o fabulas podía compararme. Vampiros, zombis, tonterías infantiles. Se verían como niños asustados ante la maldición de existir como existo yo…

En algún lugar escuche que, las cosas se consiguen con empeño... entonces... ¡¿Por que diablos conseguí algo sin buscarlo!? ¿Por que tengo que ser yo el ser despreciable y temible?... suspire. Aun pienso que mi asquerosa vida era mejor que esto, pero los años pasan, solo me queda afrontarlo.
Gire mi vista a la calle, donde el chico caminaba despreocupado de todo, observando todo y a la vez nada, los audífonos en sus oídos eran muestra clara de que estaba absorto en su propia burbuja. Sonreí para mis adentros, mil quinientos años convierten a la humanidad en gente más tonta. Por que eso era justamente su caso.
No tener el control de su cuerpo, inyectarse esas porquerías, sentirse “feliz” por un viaje de unos minutos, y nunca preocuparse por saber quien o quienes usaban los mismos instrumentos que el.

Mi sonrisa ahora se extendió por mi blanco rostro. No pude evitar el gruñido que nació de mi pecho. La vida es una maldita cualquiera. No importa cuanto de ti le des, no interesa que tan grande sea tu virtud, o como te comportes, al final ella siempre hace lo que le da la gana.
Me deslicé siguiéndolo, mirando cada uno de los movimientos que realizaba. Cuándo se es eterna… ¿para que apresurar? Y mas cuando el tiempo esta bajo tu control.
Puede que aborrezca mi existencia, la forma en que vivo o no vivo, pero el ser mezquino, sádico, hambriento, cruel, destructor, envidioso, engañoso, traicionero…en otras palabras, el ser humano que quedaba en mí, disfrutaba de estos momentos.
El chico seguía caminando hacia su destino, seguía tarareando una canción que no me interesaba. Lo que hoy conocen los seres humanos como música no es más que una triste muestra de que cada día la mente es absorbida por sus instintos animales.
Podía escuchar perfectamente la melodía que se colaba por el reproductor en el bolsillo trasero izquierdo de su vaquero azul desgastado. Las maldiciones que la misma dictaba, osando llamarlas “letra”, las incoherencias y blasfemias que tenia en sus penosas rimas.
Que asco.
Siempre deteste ser un ser imperfecto, sentirme como una basura y ser una de paso. El hecho de vivir un infierno en vida logra sacar lo peor de ti. Pero jamás, en el tiempo que fui un ser mezquino y cruel – un ser humano- disfrute de bajezas similares, y por mucho con diferencia, ya que incluso esas “bajezas” son la mas sagrada melodía en comparación a la asquerosidad que ahora conocen como música.

Camino unos metros más hasta ubicarse en la parada de autobuses. Lo mire y sopese las ideas. Ya me estaba aburriendo del mismo protocolo. Después de todo mil quinientos años llegan a aburrir a cualquier ser.
El chico en cuestión encendió un cigarrillo. Sonreí irónica. Tanta maldita sustancia en su cuerpo, su estado y el bastardo aun ingiere más. La parte humana, o en otras palabras la desalmada que aun quedaba en mi rió con ganas. Pensando con claridad que esta era la razón por la cual soportaba o intentaba, cada maldito día de mi existencia.
Tantas ganas tenía de reclamar a ese ser. De gritarle en su cara sus verdades. Se que suena tonto, después de todo el hecho de que haga lo que hace… solo me facilita mi labor. Aun así…

Puede escuchar como late su corazón, puede sentir todo lo que esta a su alcance, mas sin embargo sigue siendo un ser despreciable, mal agradecido y mezquino, que no sabe valorar lo que pose, cuando en todo el inframundo, existen seres que matarían por un segundo de su común placer. Que degollarían al mismo demonio por tan solo ser humanos, simples y frágiles, unos años.

¿Yo?... pues yo hace siglos que renuncie a esa idea. Mi existencia como un ser mortal solo me trajo dolor, no muy distinto a mi existencia actual pero, al menos ahora se cual es mi misión en este asqueroso lugar llamado mundo.

-¿Se puede saber por que tardas tanto Aztirey?- una voz profunda, recta y que ya me tenia cansada...pregunto detrás de mí. De la rabia cerré mis blancas manos en puños, clavando de este modo mis uñas en mis palmas.

Nada.

Eso sentí. Nada. Abrí estas lentamente para poder apreciar el daño. Sonreí sarcásticamente al ver mis palmas. Es lógico que no hubiera nada evidente, las marcas iban desapareciendo en menos de segundos. Dejando así una piel totalmente perfecta cubrir mis manos.

-Samanta- masculle bajo mi aliento. Sin girarme a verlo, aun manteniendo la vista fija en el chico que ya iba por su tercer cigarrillo. Patético.

-¿Disculpa?- pregunto aquella voz, como si no pudiese escucharme. Aguante las ganas de bufar. Tenia ciertas cosas que responderle pero, él se me adelanto – Te recuerdo que tu nombre hace mas de un milenio es Aztirey.

Negué cansadamente con la cabeza. Y me gire para poder ver a los ojos negros que poseía esa voz. Elegante como siempre, tan majestuoso de igual manera, imponente, pero con el aura de ser un ser “confiable”. Esta vez si solté el bufido que me había guardado. Tanta belleza, tanta confianza, ni cerca de parecer atemorizante, he ahí la trampa.

Podemos mezclarnos con los débiles, y desalmados seres humanos. Estar entre multitudes, o inclusive vigilar de cerca al próximo nombre en la lista. Todo eso sin llamar mucho la atención. Y en el caso de llamarla, nadie cree que podamos ser peligrosos.

-Mi nombre es, y será Samanta – le susurre bajo, él podría escucharme, no tenia el por que de gritar. – Aztirey- solté como un veneno- es solo el nombre por el cual me conocen, mas sin embargo nunca lo utilizo y tu mas que nadie deberías saberlo Daniel – finalice enarcando una ceja y mirándolo asidamente.

Aztirey… maldita la hora en que recibí ese nombre, al hacerlo recibí mi maldición.

“Algún día nos agradecerás este don mí querida, olvida quien fuiste, quien eres y solo piensa en quien serás. Aztirey, ese será tu nombre, tu misión será clara, y por ende sencilla. Tienes la mirada de una asesina, la fortaleza de una diosa, y el odio interior para ser la escogida. Mas sin embargo tienes el aura más pura que he podido apreciar… sin lugar a dudas serás perfecta para esta labor. Casta, pura, inocente pero peligrosa. Bienvenida Aztirey.”

Sus palabras no tenían sentido para mi en ese instante, tan solo era una chica de 16 años a punto de morir. Desangrándome y sonriendo por dejar al fin este maldito mundo. Sin embargo, cuando “desperté” pude ver la realidad. La persona que fui, el ser mezquino mejor conocido como ser humano, había quedado atrás. En su lugar se encontraba este ser, esto que soy ahora.

Una perfecta diosa, un arma sin igual, un ser majestuoso. De larga y negra cabellera. De grandes y expresivos ojos negros, de piel suave y tersa, blanca como la porcelana. De fuerza envidiable, de estado inquebrantable. Con una labor detestable.

Como dije, lo único que me da placer, es saber que cuanto enemigo encuentre, puedo destruir, sin pensarlo dos veces y sin permiso de nadie.

Una caricia en mi mejilla siquiera me hizo salir de mis cavilaciones. Daniel me miraba intensamente y buscaba algo que por lo visto yo ignoraba.

Retire su mano, iba a volver a mi posición anterior para terminar con tanto rodeo. Pero no lo realice, mi cuerpo fue pegado a la pared detrás de mi, mis muñecas aprisionadas por sus manos y mi cuello acariciado por su nariz.

Nunca lo admitiría, jamás le daría la razón. Pero adoraba cuando tomaba de esta manera el control de la situación.


-Samanta es un hermoso nombre mi adorada Aztirey – pronunció suavemente las palabras mientras su nariz seguía acariciando mi cuello. Mi expresión fue neutral, como dije, jamás permitiría que las emociones que como un anterior ser humano conservo, salgan a flote en momentos como este. – Pero estoy informado que no era tu nombre original ¿me equivoco? – no lo hacia… - lo adoptaste… ¿hace cuando? ¿quinientos? ¿cuatrocientos? ¿mil años? – gruñí, sin poder evitarlo. A él que le importaba si Samanta era un nombre adquirido por mí.

Mi verdadero nombre jamás pude recordar, era nadie, Aztirey solo para las labores, mas nunca lo adopte. Samanta era el nombre de una chica, que tuvo el infortunio de ser la hija de alguien que se metió en mi camino.

Le sonreí secamente a Daniel, quien me veía a los ojos. Negro con negro. Oscuridad. Perfecta palabra para describir mi maldito destino.


-Puede que lo halla adoptado, pero – libere fácilmente mi mano de la suya, y la puse sobre su mejilla – eso, mí para nada querido colega, no te incumbe- entrecerró los ojos.

-Colega, es justo lo que soy de ti Aztirey – dijo.- por lo mismo haré esto- continuo.

Movió su mano lentamente, la alzo y con un gesto apunto a donde estaba el bastardo mal agradecido. Y con un giro sutil, al momento que el autobús pasaba, vi como el chico se colocaba las manos en donde supuestamente debía latir su corazón. Quedo inmóvil unos segundos, imperceptibles para cualquier ser viviente, menos para nosotros, después de todo el tiempo es nada en nuestro caso.

El autobús siguió de largo, ni siquiera se detuvo a ver que le pasaba al infeliz. Algo normal. Después de todo solo era un ser humano el que conducía, no hay que esperar grandes cosas de él. Al final, el chico cayó al piso muerto. Todo en menos de 15 segundos para los humanos, mas nosotros lo apreciamos como si fueran horas. El dolor, la tristeza, la realidad golpeándolo.
Nuestro trabajo.
Mire al denominado ángel frente a mi reprobatoriamente, yo soy su superior, tengo setecientos añas mas que el por favor. ¿Quién se cree para alejarme de la poca diversión que tuve en este día? Pensaba acabarlo lentamente, quizás una hora o algo así de sufrimiento, no solo unos segundos.

Me libere del agarre totalmente, y camine hacia la nada. No tenía ganas de regresar el tiempo y jugar otra vez, tenía una lista para hoy y tenia que cumplirla.
Al final de todo entre el bien y el mal, existo, existimos.
No por nada somos los seres de la muerte, el arma de los inmortales, el mito para los mortales, los seres que jamás pedimos esto.
Se podría decir que soy uno de los puntos intermedios entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo debido.
Solo hago mi labor, el que disfrute de hacerlo… no es gran problema, de cualquier manera, las palabras de ese ser que ese día me salvo, debería decir seres… nunca me prohibieron hacer lo que quisiera.

“Ángel Infernal, Aztirey. Serás un ángel de la muerte, pero no solo trabajaras para mí, eres la mano izquierda de lucifer, el ser que controlara a los demás, solo te pido que juzgues bien antes de llevar a cabo tu trabajo. Tu labor es desterrar de la tierra a quienes ya no pueden estar, el tiempo es tu aliado, lo puedes usar a tu antojo, solo recuerda que como le sirves a el me sirves a mi… nos sirves a nosotros”

Le sirvo a la luz, le sirvo a la oscuridad. Que estupidez más grande.

Soy un ser del mal, no por nada fui humana. Disfruto del dolor de los demás, soy un ángel infernal, la belleza y la maldad, soy Samanta, conocida como Aztirey, el ángel que todo lo ve. En estos momentos se podría decir, que Gabriel y Samael, tendrían envidia de mi poder, si existieran de igual manera en estos momentos.

Samanta. Lindo nombre, por suerte la hija de ese bastardo asesino, lo pronuncio antes de morir, se podría decir que lo guardo como condena, ya que esa pequeña no debía morir. De no haberlo hecho, fuera otro más como Daniel. Sonreí. Recuerdo el día que me toco reclutarlo. El mismo día que deje de ser casta y pura. Más jamás sentiría algo más que atracción, eso seria ser humana de nuevo. Y después de todo no lo soy.

Aztirey, Samanta el ángel infernal, la comandante de las tropas de Satán, el general de los Ángeles de Dios, el ser que no quieres cerca de ti. Pero que de igual manera estaré, solo es cuestión de tiempo o de mi humor…

Concurso "El bien y el mal" Letanía del profano (Por Eidyllion Mc´Farlanne)

Siento haberme retrasado con la publicación de hoy, pero un problema medico me mantuvo en el hospital toda la noche, por eso no pude publicar antes, pero ya sin mas dilación continuamos con el siguiente concursante y recordar que las opiniones y comentarios a cerca de los relatos participantes sean constructivos, de buen gusto y con respeto.

En la cabecera del blog encontraréis el resto de relatos ya publicados, por si os habéis perdido alguno.

Ahora a leer y disfrutar

Muchos besos





Letanía del profano (Eidyllion Mc'Farlanne)




Una noche fría, húmeda, cuyos aromas recurrentes eran la muerte y la soledad. Una noche sin más expresión que aquel manojo de halo de luna. Así, al final es como se traducía el pasar de los años y los meses para él, para Mario.

El sonar incesante y algo desquiciado de las aves nocturnas, cuyos ojos avizores paseaban por la espalda de alguna rata de alcantarilla. Ahí, justo ahí es dónde se lograba recordar por última vez aquel ser pálido, misántropo y desquiciado.

Mario paseaba errante por las tinieblas de la ciudad, de pueblos y atardeceres dejados atrás. Siempre inquietante, siempre vagabundo. La colilla muerta resbaló por sus marfileños dedos. Tan asqueado de todo, por siempre y para siempre. De ahí en más, solo dejar huellas borrosas y misteriosas en su andar por la arena, por el lodo, por el sucio y desgastado vaivén de una calle famélica y gris.

Los vapores de una fragancia de burdel y corrupción llegaron de golpe a sus afinadas fosas nasales, esas que lo percibían todo, las que conocían cada secreto manchado de vergüenza y penurias de aquellas tantas almas tristes que ocultas en un cuerpo iracundo se dejan llevar por el frenesí de la noche. Solo… para desahogarse.

Parsimonioso, sigiloso y saboreando la flacidez de aquellos pechos marchitos; que tan expuestos eran decorados con joyería barata y pinta labios rojo carmín, se acercó Mario. Sin recibir un «no» por respuesta, sus manos delgadas, sus dedos flacos y su hambre serpentearon apenas por el cuerpo de la mujer, de esa prostituta cansada y deprimida. No era ningún manjar, no era siquiera el esbozo de algo delicioso, ni mucho menos un mísero gusto al paladar; que siglos atrás conoció los «buenos tiempos.»
Atravesando la vida, parando el palpitar, profanado el acto sagrado y arrancando el suspiro de la vida, Mario se dejó caer con la dama galante; pequeño desliz que probaba una vez más en muchos siglos que aún podía sentir empatía. Solo un poco de empatía. La muñeca sin vida cayó, la vida se esfumó. La tristeza y la muerte volvieron a cubrirlo todo bajo su manto espectral. ¿Qué no siempre fue así?

Por favor, que no me muera de frío.
Por favor, que me muera de calor.

Calor de un romance perdido, de uno añorado y de uno acuchillado. Calor que solo se encuentra al encajar la herramienta hambrienta en el anillo secreto de una dama joven. Calor que solo se encuentra al hundir la herramienta en el desprevenido abismo de un doncel buen mozo.

Desgracia, dolor, pesares de un cuerpo duro y blanco como el colmillo de un elefante y tan afilado como el de un lobo hambriento, que con el tiempo comprende que solo es el corazón lo que se vuelve completamente indestructible. Tragedia solemne, épica manera de nombrar una vida sin muerte, una muerte sin vida. Una vida sin vida y una muerte sin muerte.
Pies descalzos recorren su eterno andar, agitados por el mar de éxtasis que aún saborea en sus labios, en los colmillos afilados como flechas que apuntan a los infiernos, Mario aún no está satisfecho… y comienza a correr. Correr para dejar a la prostituta, a la corrupción, pero nunca, nunca a las sombras. Corre desesperado, olfateando cada esquina y cada sombra lúgubre de callejuelas. Mario entonces queda en trance.

Bella y espléndida figura se pasea por las calles del mal, tan contrastante con el paisaje urbano. Como fantasma se pasea en ropas negras y rojas, con la cara de un muerto y los ojos color Diablo. Piel envuelta en más piel, piel de mentira, piel de acrílico. Como una gran funda que pareciera proteger a ese cuerpo frágil y peligrosamente delgado. Y Mario sabe que criatura más perfecta no puedo encontrar. Una rosa entre el basurero. Se agita sobremanera, la pesada saliva escurre como río naciente que yace al momento de caer y estrellarse contra los adoquines múltiples, tan llenos de todo, tan vacíos al mismo tiempo.

Norman se estremece con la sensación, se pregunta qué será aquello que aqueja su nuca y eriza su piel pegada a los huesos. Apresura ese andar flojo y estúpido, quiere llegar pronto a casa, recostarse y soñar, soñar con Ofiuco, Thanatos y con la bestia que lo devorará.

Tengan piedad, que estar despierto no sea realidad.
Tengan piedad, que la pesadillas no sean mi cruda realidad.
Tengan piedad, ¿alguien me pueda dar más Diazepam?

Mario persigue a Norman. Norman persigue su propia sombra, y la sombra de Norman huye de las luces provenientes de las farolillas que amenazan con darle fin, darle fin como Mario muere por cortar el hálito desgastado de Norman. Una carrera ha comenzado y el desenlace es casi tan exacto como el pasar de la bóveda celeste año tras año en un mismo lugar. Tan predecible como las olas del mar con sus mareas a la danza de la reina blanca de la noche, tan divorciada del Sol.

Y sin más, ¿cuántas veces se voltea una persona para ver de quién son esos pasos que perturban? Norman, el extraño Norman llega a su casa, el diminuto nido dónde logra aislarle, de la suciedad que es la sociedad, se quita el abrigo y lo deja como cadáver en un sofá lleno de capas de polvo y disgustos, todos acumulados por los años, todos no son más que hastío por la vida. Se quita la ropa no para desnudar su cuerpo, sino el alma que gruñe por libertad, por sobriedad, por un momento para expelerse de todo lo que la aqueja. Así es el alma de Norman. Algo inquieta, algo torcida, muy consumida.

Ojos de plata, uñas de cristal. Todo mira, todo percibe, al acecho, tan gatuno. Mario se ufana de lo buen cazador que es, se lamenta también, de lo cruel que se percibe encontrando, deseando, saboreando un tesoro como lo es Norman. Un tesoro que solo quiere destruir, porque es apetitoso, porque espera paciente un siglo o quizá dos para reencontrarse con la melódica hermosura de un cuerpo en perfección de edad y complexión. Aquellos ojos de plata se posan en el cabello rizado, en la mano que perezosa abre la botella de coñac y persiguen la gota derramada del elixir embriagante. Sus uñas cual cristal pulido se entierran sobre sí mismo con el ardor que esa imagen le provoca. Mario comienza a frustrarse. Mario no quiere arrepentirse de la hecatombe.

Que la oveja no le de lástima al león.
Que al rebaño no le tengan piedad.
Que el pato no le tire a la escopeta.

Adictivo, íncubo parasitario, blasfemo e irrisorio. Con los instintos usurpados de golpe, Mario lo desea, lo desea para siempre y para siempre es: conservarlo, llevárselo lejos, poseerlo y admirarlo. Como en un museo, como Dios lo hace con los humanos. El nudo en la garganta es demasiado feroz para ser tragado, las ansías corrompen su sistema, el hambre se apacigua y viene el deseo fugaz, el capricho único que la eternidad deja concebir a la lengua rosada que disfruta los crepúsculos venideros tan llenos de deseo, tan míseros en pasión verdadera.

Abigarrado, Mario espera el momento de la embriaguez absoluta, del momento póstumo a la nueva eternidad esclavizada. El cielo es color púrpura y la nata amarillenta que pulula sobre de él, es solo polución pestilente. Casi tan pestilente como las axilas de Norman, recovecos varoniles que exponen un día más de vida entre la mar de gente y el silencio de un antro de mala reputación. El aire es dulzón, el resto es solo alcantarilla y heces de perro o meada de gato.

Norman se yergue sobre sí mismo, se tambalea, pero lo hace sobre el mundo que se desquebraja a pedazos, para colmo de males, con él aún a bordo. Quiere expulsarlo todo, la ira, el rencor, la desilusión de un amor psicópata, extraño y torcido. Norma va al baño, es posible que ya lo sepa, es posible que ya lo haya detectado, ahí, donde la cortina mohosa es casa de arañas prostitutas y mosquitos desquiciantes, tan devoradores de sangre como ese que acecha en silencio.

Extrañado por el entorno que los aqueja, Mario, ¡oh, Mario!, se confunde, se vuelve loco, se exaspera, quiere darse de topes contra la ventana y vomitar soeces palabras al tiempo que nunca le dio importancia, pero que justo en aquel momento era insoportable. Loco, desalmado, desquiciado por la cotidianidad de todo, Mario salta al ataque. Y los cristales son lágrimas suicidas de un epitafio anunciado, y también son flechas asesinas que atraviesan gusanos apolillados en la alfombra color amatista. Tan sucia, tan vieja.

La dulce mordida fue cruelmente dolorosa para Norman. Norman sintió el cielo juntándose con el infierno. Cómo deseó pedir auxilio a las deidades morbosas y a las huestes burlonas. La sangre, oro rojo, caliente, caliente como lo estaba Mario, tan espeso, como la saliva de Mario. Norman, un majar hecho realidad, dos siglos de espera y dos segundos de orgasmo bucal. Pero Mario quería más, quería inmortalizar el momento, el oro rojo, el sudor de hombre, quería ser siempre y para siempre el Amo de Norman.
Colmillos que se enterraban como gusanos de la salva en la piel pegajosa de Norman, la piel de hombre sin madurar, sin ser niño tampoco la piel de pecador, la piel que no sería otra vez más piel, ni que envejecería.

Los dedos de Norman blancos se tornaban de tanto apretarlos. Eran como pajillas de las que escurría apenas una gota de sangre y otra de vida. Su corazón cedió en revoluciones y su mente extirpada de sueños, también cedió. Pero Norman no fue el único en renunció. Mario, aquel diabólico ser también cedió, ante la tentativa de arruinar su tesoro. Casi con lágrimas de placer en los ojos los colmillos fueron retirados y ya no brotó la sangre.

Duerme tranquilo, que pronto descansarás en tu nuevo lecho.
Húmedo de olvido, que muy cerca acaricio tu deseo, robando tu aliento.
Y heme aquí, corrompiendo tu ser.


 
No, ninguno de los dos soñaban con nada, ni el que fue humano alguna vez, ni mucho menos el que ha renacido como hijo de la noche. Las pesadillas de la vida eterna serían menos agotadoras, como agotador era vivir día a día, solo para despertar y recordase vivo. Qué las tinieblas o la luz no pesaran sobre las espaldas cansadas, sobre las rodillas doloridas ni los corazones lastimados. No, nunca más los pesares sobre ellos caerían, ni acecharían brujas en una esquina. No, nunca más.

Mario, entrelazó sus dedos en el cabello de su premio, de ese que tanto esperó. Sintiéndose ebrio por el alcohol en la sabre bebida, succionada. Terminó con aquel ritual perpetuo y milenario y solo faltaba observar. Sintiéndose como Dios en el día de la creación, el también destruyó, creo y descansó. Regocijado de su creación, de ese pequeño momento de caprichoso desdén por la inmortalidad, a Norman se llevó.

Duerme que te acaricio con el velo de la muerte.
Que con mi beso podré finalmente poseerte, por siempre. Amén.
Gozaras de lo prohibido, pues nunca hallarás la paz,
en esta nuestra funesta hora, tu alma agoniza.

Como el adagio y réquiem, Mario se alejaba de ahí, de la ciudad de los vicios, de esa Gomorra moderna, de la Sodoma renacida. No miró atrás ni a los lados, solo al frente, como siempre lo hacía, cual era su costumbre vagabunda.

El deseo de verlo despertar en su renacimiento, cual mariposa negra que anuncia la muerte en vida. Deseando que su creación perfecta lo amara tanto como lo amaba él, pero no era amor real, era orden, un orden corrompido por la luz del Creador, del osado de los cielos y los mares poco profundos.

Que tu semilla no florezca, que tu vitalidad languidezca.
Que solo sientas placer, pero dicha jamás.
El sol quemará tu cuerpo y mis besos llaguen tu ser.
Que al yacer tu mente se extravíe por un infernal dolor.


 
Solo era el tesoro, la adquisición. Años atrás lo deseaba, meses atrás lo añoraba, pero después de tanto tiempo de esclavitud, desde esa noche mórbida y dolorosa, Norman nunca deseó la muerte, pero ahora muerto en vida, las cadenas de la eternidad, el pecado y la devastación lo unían a Mario, el destructor de tesoros, el asesino de sueños, el creador de letanías profanas.

Y por siempre y para siempre, Norman escucharía en su esclavitud las mismas palabras todas las noches de luna roja, de luna llena y también, las noches sin luna, ese poema maldito, que a punto del alba, solo recitaba:

Duerme tranquilo, que pronto descansarás en tu nuevo lecho.
Húmedo de olvido, que muy cerca acaricio tu deseo, robando tu aliento.
Y heme aquí, corrompiendo tu ser.
Amén.