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jueves, 27 de enero de 2011

"Génesis" Quinta parte (Ivan)

Para los que no lo sepáis, tengo un amigo que a parte de escribir genial, tiene una historia que en su día me permitió poner en este blog “Génesis” de Sergio, que es su autor
Pues resulta que Sergio dejo la historia un poco, como decirlo, sin terminar, o al menos con un final que dejaba a flor de piel las ganitas de una continuación, bien, pues después de darle mucho la vara con el tema, al fin me dio unos capitulillos mas.
Así que aquí os presento el capitulo 5 de esta maravillosa historia, si todavía no la habéis leído, aquí en la columna de la derecha, se encuentran los primeros capítulos.
¡¡Que lo disfrutéis!!

     Génesis



Quinta parte

Ivan



Castillo Ionescu, Iztsrizz, condado de Tumsa, Rumania (año 1310 DC)
           
Era una noche fría y lluviosa, la lluvia torrencial caía con fuerza en las tierras de labranza del condado de Tumsa y el viento azotaba con fuerza los postigos de las ventanas de la torre del señor de las tierras.
En el interior del castillo, las sombras y la oscuridad cubrían por completo la habitación de Ivan Ionescu, recientemente proclamado boyardo de Iztsrizz.
Una pesada y sofocante oscuridad inundaba la estancia. Ocasionalmente el furtivo resplandor de algún rayo desterraba las sombras por un breve y fugaz instante, iluminando de manera confusa e irreal la enorme cama con dosel y el lujoso mobiliario del dormitorio de Ivan.
El frió invernal se colaba por las decrepitas ventanas emplomadas de la antigua fortificación haciendo que Ivan rebullera inquieto bajo las pesadas mantas de su lecho. Normalmente la oscuridad lo consolaba, se sentía extrañamente cómodo y seguro bajo la protección de las sombras nocturnas.
Pero esta noche era distinta. Un sudor frío bañaba el cuerpo de Ivan mientras este se retorcía presa de la excitación sin poder conciliar el sueño.
El alma de Ivan no se encontraba en paz después de lo sucedido aquel día, y una extraña mezcla de pesar y remordimientos le embargaban.

Mientras Ivan no dejaba de moverse, inquieto en la cama, una figura encapuchada le observaba en silencio desde una de las sombras de la habitación. Su porte era altivo y regio y su lujosa ropa holgada no podía ocultar totalmente la estrecha cintura y las voluptuosas formas de una hermosa y joven mujer.
Pero había algo extraño en aquella mujer, si alguien hubiese podido observarla detenidamente en aquel instante sin que ella se percatase, no habría podido dejar de reparar en el color de su tez, excesivamente pálida.  O en esa mirada gélida, desprovista de vida, que parecía contrastar con la majestuosa belleza de su rostro.
Pero quizá, lo más inquietante de todo, era como las sombras que la rodeaban parecían moverse y fluctuar como si tuviesen vida propia, expandiéndose y contrayéndose en pequeños tentáculos viscosos de oscuridad que parecían arroparla y protegerla como si de un siniestro manto se tratase.
La misteriosa mujer esbozó una fugaz sonrisa bajo la empapada capucha de su capa de viaje mientras posaba sus ojos negros como el abismo en la figura de Ivan.
- Mi querido Ivan… – dijo en un susurro que solamente ella pudo oír.
            Satisfecha, la misteriosa dama, dio un paso atrás hacia el sólido muro de piedra y se fundió totalmente con las sombras de la pared, desapareciendo por completo en su negrura como si nunca hubiese estado allí.


            Días después, en la cocina del castillo, junto al crepitante hogar de leña y sentado en un banco frente a la amplia y nudosa mesa de madera, Jano sorbía ruidosamente la sopa que su esposa le acababa de servir. Faltaba poco para el amanecer y Jano se preparaba para otra dura y fría jornada al servicio del señor del castillo.
            Su esposa Sura, dejando en la mesa un generoso pedazo de queso y media hogaza de humeante pan recién horneado, se sentó frente a él observándole indecisa.
Al cabo preguntó:
- Jano, ¿Qué crees que va a pasar ahora que el señor ha muerto? -
            - Supongo que el señorito Ivan heredará el titulo, y nosotros seguiremos a su servicio coma hasta ahora.
            Al ver que su mujer seguía mirándolo apesadumbrada, Jano tomo las arrugadas manos de su mujer entre las suyas con suavidad.
- No te preocupes mujer – dijo intentando tranquilizar a su esposa.
            -Pero nosotros ya somos mayores- respondió ella - y el señor era tan noble y bondadoso...- Dijo con un sollozo.
- Además, nunca me ha gustado el señorito, siempre con ese mal carácter y esa mirada siniestra. Me parece mentira que sea hijo del señor. Y menos desde hace unos años, desde la muerte del señorito Yuri, y sobre todo desde que esa mujer vino aquí por primera vez, -.
- No deberías hablar así del señorito – replicó Jano – Y menos de la señora Liseta, recuerda que es una mujer consagrada a la obra de Dios. -
Sura se santiguó dos veces, y después hizo el signo contra el mal de ojo con la mano izquierda.
- Por muy monja que sea, no creo que sea una buena influencia para el señorito Ivan. La primera vez que la vi un escalofrío me recorrió el espinazo. Hay algo diferente en esa mujer, algo… no se. Pero me da miedo Jano.  ¿Y si nos echan de aquí?¿Donde iremos? ¿Qué será de nosotros? – gimoteó Sura.
            Jano apartó el cuenco de sopa vacío y se llevó a la boca un pedazo de queso mientras le conminaba a su esposa:
- Tranquilízate Sura, nadie nos va a echar. El señorito Ivan nos necesita al igual que nos necesitaba su difunto padre. ¿Quién cuidaría entonces del ganado y la torre? ¿Quien recaudaría los tributos de los campesinos? ¿Quién haría todo el trabajo al fin y al cabo? ¿Crees que lo haría él?
            - No esposo, no lo creo. Pero… cuéntame, ¿Qué pasó realmente el día en que murió el señor? Si crees por un momento que me tragué toda aquella historia del accidente. Cuéntamelo Jano, tú estuviste allí, tú acompañaste al Señor y a su hijo en aquella partida de caza. Lo vi en tus ojos aquel día, cuando regresasteis ¿Qué pasó Jano?
            - Cállate Sura-  replicó el hombre enojado alzando la voz más de lo que hubiera deseado.
            - Te dije que no volvieses a preguntarme sobre lo que sucedió aquella noche - Continuó Jano, convirtiendo su voz en un susurro. - Nunca, ¿me oyes esposa? júrame que nunca más, en lo que te resta de vida, volverás a preguntar por lo sucedido aquel día.-
            Jano se levantó sin terminar de comer, se sacudió las migas del regazo distraídamente y salió de la estancia sin decir palabra hacia sus quehaceres diarios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

cuadno venga de clase me pasare ^^
un besazo guapa!

J.P. Alexander dijo...

Uy lo dejaste re interesante un beso mi Irene