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viernes, 13 de agosto de 2010

El pájaro cantor (Cuento infantil "Moraleja")




El pájaro cantor



Posado en su ramita, el pequeño y tullido pajarillo daba sus precarios pasos, danzando sobre ella como si de una pasarela se tratara, y con la compañía del canto más hermoso jamás escuchado. Allí, al término del otoño, el pajarillo feliz cantaba.

El viento en los últimos días no tomaba descanso y con la fuerza de una nube el frío llegó; golpeando todo a su paso y obstaculizando los rayos de sol y calor, convirtiendo las plumas del ave en gélidas extremidades.

El viento dejó de importar, la nieve ocupó su lugar. El paraje se convirtió en un pastelillo de nata con sus copetes abultados y su frío penetrante.

Nuestro protagonista seguía cantando porque era un animalito fuerte, pero cada vez le costaba más emitir aquellas maravillosas notas.

Una ráfaga de aire se alzó en el día más frío de la historia, y el pobre pajarillo que no tuvo dónde esconderse, cayó con violencia al vacío, golpeando su cuerpo contra la mullida nieve que el árbol tenía sobre sus raíces.

El moribundo pájaro, casi azul por la temperatura, sin voz que expulsar ya, se acurrucó entre la nieve, viendo que sus días de felicidad y canto estaban a punto de concluir.

Sus finas alas no eran suficiente abrigo para tamaña frialdad y la espuma blanca que lo rodeaba empeoraba la situación del pájaro cantor.

Allí, en el horizonte, la silueta de un animal enorme despuntaba erguida. Encaminaba sus pesados y lentos pasos hacia donde yacía el cuerpo casi sin vida del pobre pajarillo.

Era una vaca marrón y zalamera, que sin saber lo que escondía la nieve a sus pies, dio sombra con su cuerpo al ave allí enterrado. Con poco esfuerzo, nuestro bovino animal hizo sus necesidades justo encima del pájaro cantor.

La mierda que la vaca evacuó tapó por completo al joven alado. Y cuando la gran vaca mestiza descargó su pesada carga, retomó su camino ladera abajo, dejando al pequeño pájaro allí escondido.

Muy por el contrario de sentirse mal por la ofensa de ser tapado con semejante porquería, el pajarillo envuelto en esa cálida plasta entró en calor. Sintió de nuevo su dolorido cuerpecito volver a la vida en cuestión de segundos.

Se movía lentamente, intentando captar todos y cada uno de los destellos de calidez de dicha sustancia. Tan bien se sentía allí metido, tan contento y feliz, que demostró su alegría de la mejor forma que sabía: regalando al mundo el sonido de su canto.

Alto y fuerte se le oyó, alto y fuerte lo cantó.

Sacó la cabeza un poquito de su nueva y oscura casa, estiró el cuello entusiasmado y alzó su voz celestial.

Sin saber ni cómo ni porqué, un gato callejero que pasaba por allí vio el cielo abierto. Se acercó sigiloso al pájaro e ignorando dónde estaba metido, abrió la boca y de un solo bocado, se lo comió.

Le quedó un regusto amargo por las especias que lo condimentaban, pero en época de fríos no había que ser remilgado. Y así el gato callejero pudo sentir su estómago vacío llenarse de la comida que había esperado durante días.

MORALEJA:


“No todo el que te mete en la mierda es malo,
ni todo el que te saca de ella es bueno”.

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Este cuento infantil, no es del todo mío, la redacción la hice yo, pero la historia la leí hace muchos años en no sé qué sitio, me gustó tanto que he querido compartirlo con vosotros, espero que os guste.

Besos para todos y recuerden que los quiero mil



1 comentario:

Carla dijo...

Muy buen cuento, exelente moraleja!!!
Un abrazo...